Vamos haciéndonos viejos, entre risas y desengaños, copas de vino y proyectos, mañanas de primavera y tardes silenciosas donde no hacen falta palabras. La ciudad se derrumba, o se ha derrumbado ya, pero lo que importa es el horizonte, la salud, la música. Ese puñado de euros con el que comprar los libros de poesía y el café. Esa mirada. En esa esquina está Nina Simone y en aquella otra, Gena, la gata, que salta o duerme, que pide más comida o juega entre nuestras piernas como un niño inquieto cuya voz rompe de nuevo los silencios espesos. Vamos haciéndonos viejos, sí, y de aquí y de allá llegan rumores de enfermedad, de dolor, de miedo. Encaramos todo eso como podemos y ponemos buena cara, como si fuésemos dos actores con los papeles muy ensayados, dispuestos a triunfar y dejar atrás el rumor de todo lo sucio, la manada que grita, el paisaje gris de la envidia y la mediocridad. Vamos haciéndonos viejos, y todo lo demás, al otro lado, hace tiempo que ha dejado de tener importancia. Refugiados aquí, protegiendo la armonía, dejando que Nina nos vuelva a contar sus penas, apurando los atardeceres como dos locos o, vamos a decirlo sin miedo, dos enamorados.
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