Una ciudad se define por muchas cosas. Por sus calles, por sus monumentos, por sus gentes, por sus edificios, por sus parques, por sus librerías, por sus teatros, por sus cines, por sus bares y cafés... Esto es indiscutible. La vida que palpita en una ciudad y que se refleja en todos esos lugares que acabo de mencionar. Las gentes, de la propia ciudad y de otras ciudades, que la recorren. Con mayor o menor alegría, según los tiempos. Que se detienen en todos esos sitios, que los disfrutan. Todos son importantes, desde luego. Cada uno de esos lugares tiene su momento, en el día o en la noche. En toda ciudad, grande o pequeña, hay lugares emblemáticos. Librerías, cines, bares, monumentos, etc... Pocos locales tan emblemáticos en Oviedo como La Santa, que anda estos días reinventándose. Reinventándose para continuar siendo la misma. Porque a La Santa, como a todos los locales, le viene bien de cuando en cuando alguna renovación: quitar aquel cuadro, poner estas lámparas, mover ese sofá, pintar aquella pared, abrir definitivamente la barra de atrás (¡qué recuerdos!)... Pero sólo eso. Porque ella, La Santa, con Yolanda Lobo al frente, ya es lo que tiene que ser: uno de esos lugares que pasarán a la historia de una ciudad. Oviedo, la nuestra, en este caso. Aunque el eco de sus noches, su leyenda, se extienda más allá de estas fronteras. Como bien lo demuestra el hecho de que cualquier personaje con relevancia en el mundo de la cultura pregunte por ella y la visite en cada paso por la ciudad. Maruja Torres, sin ir más lejos, la semana pasada, cuando anduvo por estos lares dando muestras de su genialidad y su vitalidad. Porque esa es otra (que jamás conviene olvidar): La Santa, al margen de la fiesta y el baile y la risa (tan importantes los tres), es sinónimo de cultura. Y no voy a mencionar aquí los nombres de las gentes que por allí pasaron porque todos los que tenemos una magnífica memoria sabemos bien cuáles son. Y los que no lo saben, que pregunten, que pregunten bien... Que somos muchos los que hemos pedido cosas importantes en estos tiempos, pero seguimos conservando eso, la memoria. Y toco madera.
Pensaba en todo esto el domingo, después de tomar una copa allí, el sábado por la noche, el 7 de septiembre, con María, con Lola, con Alicia, con Mercedes, con Gus y con la propia Yolanda, que sigue siendo una anfitriona de excepción. Los años y el duro trabajo así lo avalan. Hay muchos hosteleros en Oviedo. Algunos pasarán a la historia de esta ciudad y otros no, quién sabe. El tiempo es el único que decide sobre estas cosas. Hay un concepto muy claro: La Santa y la propia Yolanda ya forman parte de ese trocito de historia. El general y el que todos conservamos en nuestros recuerdos más entrañables, esos que no nos puede arrebatar nadie. Noches llenas de momentos mágicos. Y muchos de esos momentos mágicos que aún nos quedan por vivir allí, entre todas esas paredes que conservan cientos de secretos, de confidencias, de complicidades. Las de todos los que pasamos buena parte de nuestras noches en ese local que ya es -indiscutiblemente- un clásico. Un clásico que sigue avanzando, que no se detiene. Porque en todo eso, sí, está su propia razón de ser. Su propia esencia.
Pensaba en todo esto el domingo, después de tomar una copa allí, el sábado por la noche, el 7 de septiembre, con María, con Lola, con Alicia, con Mercedes, con Gus y con la propia Yolanda, que sigue siendo una anfitriona de excepción. Los años y el duro trabajo así lo avalan. Hay muchos hosteleros en Oviedo. Algunos pasarán a la historia de esta ciudad y otros no, quién sabe. El tiempo es el único que decide sobre estas cosas. Hay un concepto muy claro: La Santa y la propia Yolanda ya forman parte de ese trocito de historia. El general y el que todos conservamos en nuestros recuerdos más entrañables, esos que no nos puede arrebatar nadie. Noches llenas de momentos mágicos. Y muchos de esos momentos mágicos que aún nos quedan por vivir allí, entre todas esas paredes que conservan cientos de secretos, de confidencias, de complicidades. Las de todos los que pasamos buena parte de nuestras noches en ese local que ya es -indiscutiblemente- un clásico. Un clásico que sigue avanzando, que no se detiene. Porque en todo eso, sí, está su propia razón de ser. Su propia esencia.
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