Ahí estaba, sobre las tablas de ese escenario donde otras veces presentaba sus películas, calmando los nervios, desplegando sonrisas y elegancia, recordando a sus padres y a sus hijos, conteniendo la emoción. Carmen Maura recogiendo su Premio Donostia. Ese premio que está lleno de nombres míticos de la historia del cine (aunque le sobren, a mi juicio, tres intérpretes que no están a la altura del resto de los premiados: Hugh Jackman, Julia Roberts y la empalagosa Julie Andrews, que ni siquiera tuvo la decencia de venir a recogerlo). La primera actriz española en recibirlo. Aunque yo pienso que la primera debería de haber sido Sara Montiel. Por estrella, por conseguir lo que consiguió en aquellos tiempos y por darle auténtico glamour a un país que tanto lo necesitaba. Qué le vamos a hacer. Carmen se lo merece todo. Ha trabajado mucho, muchísimo, y la mayoría de sus creaciones son memorables. Pronto regresará al teatro. Al María Guerrero, con una obra de Mihura. Viéndola ahí, en el escenario, recordé aquella vez, tantos años atrás ya, en la que hablé con ella por teléfono. Ella estaba en San Sebastián, presentando "Baton Rouge", una estimable película que protagonizaba con Victoria Abril y Antonio Banderas. Y yo era aquel joven que se veía todas las películas del mundo y alguna más. Aquel joven que la admiraba enormemente. Recuerdo que llamé al hotel María Cristina y pedí a la telefonista que me pasaran con Carmen Maura. Y me pasaron. Fueron apenas cinco minutos en los que le dije lo mucho que la admiraba y lo que sentía que no le hubiesen dado el Premio en el Festival de Venecia, donde había presentado "Mujeres al borde de un ataque de nervios", una de las películas que más veces he visto en mi vida (junto a "Eva al desnudo", creo). Ella dijo que no importaba, que se lo había llevado Shirley MacLaine y que ninguna como ella sabía expresar la comedia y el drama en una misma escena. Nos despedimos y aquel joven que era yo por entonces se quedó encantado por haber hablado durante unos minutos por teléfono con una de sus actrices favoritas. Esa actriz de la que Fernando Trueba, tras trabajar con ella, dijo que es tan feliz rodando que no dejaría de rodar un solo plano ni por estar en la cama con el mismísimo Paul Newman. Ahí queda eso.
Estos días, en San Sebastián, Carmen ha dicho que el trabajo le ha ayudado a seguir adelante, a hacer más llevaderas las cosas difíciles que le ha tocado vivir en la vida real. Una vez más, el cine como salvación. No importa de qué lado de la pantalla se trate. Viéndola ahí, sobre el escenario, recogiendo su Donostia, también nos la ha hecho a nosotros. Aunque fuera por unos instantes. Esos instantes que me han hecho recordar aquel tiempo -el de mis 16 años- en el que creer que los sueños podrían hacerse realidad era la principal ambición, la máxima más destacada.
A mi me gusto mucho la emoción que transmitió al recogerlo, aunque me pareció un poco catetina vistiendo (esto me extraño un poco, la verdad) opino que podían invitarla para los encuentros literarios del año que viene, toma nota Ovidio por si los organizadores admiten sugerencias.
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