Hace tiempo, solos o con amigos, salíamos a comer o a cenar fuera habitualmente. Casi todas las semanas. Solíamos hacerlo con parejas (homosexuales o heterosexuales). Era curioso, en algunos casos, ver cómo en un momento dado algunas de las parejas que teníamos enfrente, alentados ya por el vino, sacaban a flote las rencillas que, con toda probabilidad, llevaban todo el día (o varios días, quizá) instalados entre ellos. Las historias de pareja, tan múltiples y tantas veces contadas en el cine, el teatro y la literatura. Cada pareja es un mundo: con sus misterios, historias y complejidades. De todo hay. Hace veinte años, en la película que da título a este texto, Woody Allen narró magistralmente las crisis de las parejas, convirtiendo aquella historia casi en un auténtico drama. Su propia realidad, en aquellos momentos, estaba presente detrás de cada fotograma. Woody ha tratado muchas veces el asunto. De hecho, de un modo u otro, suele ser el tema principal de sus grandes películas ("Maridos y mujeres" lo es, indiscutiblemente): el amor, la convivencia, la infidelidad, la ruptura... Me gusta también cómo trata el tema Cesc Gay en sus películas, sobre todo en "Un a pistola en cada mano" (la historia de Eduardo Noriega y Candela Peña es deslumbrante) y "En la ciudad". Son sólo dos ejemplos. Hay muchos más, claro. Historias de amor en las que, de pronto, el desgaste, la infidelidad o la convivencia lo trastocan todo. El paraíso se convierte en un abrir y cerrar de ojos en un infierno. Hay casos brutales, desmesurados. Como los protagonistas de ese clásico que es "¿Quién teme a Virginia Woolf?" o "La guerra de los Rose". Pero no quiero hablar de esos casos hoy, tan impactantes y tan jugosos para los actores cuando los siguen representando sobre las tablas (en el mes de marzo, cuando cenamos con Charo López, le dije que no podía dejar este mundo sin hacer una versión de la obra de Albee: y se rió, con esa carcajada suya única, y me respondió: tienes toda la razón, cariño).
Quiero hablar de una historia de pareja que acabo de leer y que me ha conmovido profundamente. Le hablo de ello a Íñigo mientras comemos un par de platos combinados y dos cervezas heladas (ahora ya no salimos a comer fuera habitualmente, ni solos ni con otras parejas, por eso, cuando lo hacemos, se convierte en todo un acontecimiento: ah, los pequeños placeres y las dichosas crisis). Se trata del primero de los cuentos que da título al nuevo libro de Guadalupe Nettel, "El matrimonio de los peces rojos" (Páginas de Espuma), Premio Internacional Narrativa Breve Ribera del Duero. Un relato magistral. La relación de esos peces no es más que una metáfora de la relación de pareja de los propios protagonistas. Un chico y una chica, que están a punto de ser padres. El modo en el que se va introduciendo el desgaste en sus vidas, los problemas que siempre acechan, la falta de dinero, la relación con los padres, entre otros temas, no puede estar mejor descrito. La vida y sus complejidades en apenas cuarenta excelentes páginas. Los peces rojos, implacables testigos. Un buen director -Cesc Gay, sin ir más lejos- haría una excelente película con esta historia.
La euforia me puede y me dejo llevar por las palabras, una vez más. Íñigo me advierte: la comida se va a enfriar. Y por un momento me olvido de todo esto y disfruto de la comida. Aún más (si cabe) que en aquellos viejos tiempos.
Yo creo que influyen tanto los factores externos en la evolución del amor que, a veces, sólo con quererse no es bastante. Crecer como personas cobijándose en tu pareja, también es honrado partir cuando la relación no da para más. Que tema más hermoso y controvertido este del amor.
ResponderEliminarMe apunto el libro. Todo lo que tiene que ver con las relaciones me interesa. Busco en la literatura mi propio modelo y, como no podía ser de otra manera, no lo encuentro.
ResponderEliminarMe quedo con el título dellibro!!
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