Hay días extraños. Días en los que te planteas demasiadas cosas, probablemente. No lo puedes evitar. Son días que aparecen de vez en cuando. ¿Cuánto durará la serenidad de este tiempo? ¿Merece la pena tanto esfuerzo, tanta lucha? ¿Hasta qué momento podrás disfrutar de tus padres? Todas estas cosas van surgiendo en tu cabeza a lo largo del día: a primera hora, cuando el cielo empieza a clarear, o a mitad del paseo, bajo el fulgurante sol de estos días. No quieres pensar demasiado en esas cosas, pero no puedes evitarlo. Aunque trates de huir de esos pensamientos. Aunque intentes distraerte con otra cosa. Con la gente que pasa, sin ir más lejos. Tan variopinta, tan absorta en su rutina y sus preocupaciones (que nunca son pocas). Lo mejor es sentarte en un banco, sacar del bolso el libro que estás leyendo. Un puñado de relatos de Lola López Mondéjar, "Lazos de sangre". La vida de los que habitan en las páginas de los libros siempre ayuda a distraerse, a dejar de pensar en todo eso que te preocupa, que consigue nublar tu cabeza. Empiezas a leer uno de los relatos, "El hermano gemelo". Es un relato deslumbrante, perfecto. Uno de esos relatos que justificarían por sí solos todo un libro. Una historia -simplificando- de una madre y una hija. De palabras que no se dicen, de silencios. Lees: "La sensación de irrealidad no me abandona". Lo piensa la protagonista, en ese viaje inesperado que tiene que emprender cuando recibe una llamada que le comunica que su madre ha muerto. Así comienza el relato, con la muerte de la madre: no estoy desvelando nada del argumento. Lo lees de un tirón, profundamente impactado. Y te levantas del banco y sigues caminando, de regreso a casa. De repente, ya no piensas en todas esas cuestiones que iban rondando por tu cabeza. No. Sólo piensas en la historia que acabas de leer. Sólo en ella. En uno de esos relatos que esconden la complejidad de los seres humanos. La historia de una madre y una hija. Y el abismo que las separaba (y también todo lo que las unía). Las incógnitas que nos acechan. Los espejos que nos reflejan. Los miedos. Lo inesperado. La muerte. Y piensas, de pronto, en esa escritora, Lola López Mondéjar, escribiendo esa historia concreta, sin imaginar que una mañana soleada llegaría a las manos de alguien que, en un día extraño, un día cualquiera, se estaba haciendo unas preguntas que no quería plantearse, que no lograba ahuyentar de su cabeza. Ése es uno de los misterios de la literatura. Una de sus grandezas. Aliviar (por así decir) con palabras el dolor de los que, inesperadamente, cogen el libro que has escrito y dejan de pensar en sus vidas para acompañar a los otros, los personajes inventados, en sus viajes. Así ocurrió en esa mañana soleada. Una mañana cualquiera. Con esa madre y esa hija. Y esa historia tan bien contada, tan particular. Tan profunda y extraña (o no tanto) como esos pensamientos que nos rondan de vez en cuando, que nos paralizan por unos instantes, que nos impiden seguir disfrutando momentáneamente de lo único sobre lo que tenemos certeza: este momento presente, el aquí y ahora.
Hay días que estás absolutamente minada de tristeza, que has intentado escribir sin muchos resultados, que has tratado de leer sin casi concentración... Hay días que conectas a internet, aunque no quieres hacerlo y te encuentras con un relato como este: un autor, un libro, otros personajes, un abanico de preguntas... Entonces recuperas las ganas, aunque sólo sea por unas horas, o la brevedad de darle un respiro al corazón.
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