Alguien escribió esas palabras -Fotografía la felicidad- en un muro blanco, delante de un solar que lleva años medio abandonado (al parecer, problemas entre varios de los propietarios impiden llegar a un acuerdo para su venta: eso creo oír alguna vez a no sé quién), cerca de la casa de mis padres. ¿Se puede hacer eso? ¿Se puede fotografiar la felicidad? Tal vez sí. Aunque supongo que se puede fotografiar un momento de felicidad, un instante pasajero donde surge una risa espontánea, una carcajada inesperada, y alguien a nuestro lado (el mismo que nos proporcionó los motivos para esa risa o esa carcajada) la capta de inmediato con su cámara. Y ya está ahí, atrapado ese instante para siempre. La cámara por unos segundos ha conseguido que nos olvidáramos de los problemas, de algunas traiciones recientes e inesperadas, y la felicidad fuese, al fin, fotografiada, tal como pidió el autor de esas palabras escritas con un spray en ese muro que, con el paso del tiempo, ya va dejando de ser tan blanco. Es un domingo por la tarde, alrededor de las cinco, aunque, viendo la fotografía, parece mucho más tarde. Es lo que tiene este mes, noviembre, la proximidad del invierno, el cambio horario, la ausencia de luz... Cada vez anochece más temprano. Siempre hay momentos para detenerse, delante de un muro o de donde sea, e intentar conquistar esa felicidad que se va con la misma facilidad con la que apareció, eso es cierto. Seguir hacia delante e intentar conquistar otro de esos momentos: de eso se trata la historia. Este viaje en el que estamos todos embarcados. Es domingo, atardece. Si alguien me hubiese captado con una cámara a primera hora de la mañana, seguramente también hubiese atrapado otro instante de felicidad. Esa felicidad que vamos conociendo en pequeños trozos, por partes, en unos momentos u otros, y que todos juntos, todos los trocitos juntos, conforman lo que ayuda a convivir con esas otras cosas menos amables, que, por desgracia, también están ahí, bien cerca, bien presentes, imperturbables. Era temprano, aún amanecía lentamente al otro lado de la ventana, cuando volvía a ver una de mis películas favoritas de Woody Allen, "Otra mujer". Woody Allen, con sus propias obsesiones, con su estilo inconfundible, acercándose al mundo de su admirado Bergman. Las pausas, los silencios, la música, las calles de Nueva York... Las miradas y la presencia de principio a fin de Gena Rowlands, en sus cincuenta espléndidos años, hacen que la película sea aún más grande. Han pasado más de veinte años desde la primera vez que la vi, y me sigue cautivando como entonces. El tiempo sólo la ha mejorado. Luego, durante todo el día, podía oír la voz de Patricia Kaas cantando a Edith Piaf. Otro instante de felicidad, fotografiado o no. Pero ahora estamos ahí, en la calle donde viven mis padres, delante de ese muro blanco, que cada vez es menos blanco, haciendo caso a la persona que escribió eso en el muro con un spray, fotografiando la felicidad. O intentándolo al menos, sí, mientras la luz, ya en retirada, va desapareciendo poco a poco, convirtiendo la ciudad en una especie de cueva o de túnel, de parque misterioso o de escenario gótico.
Supongo que si, que se puede, que la felicidad se deja fotografiar en determinadas ocasiones. Vivo momentos muy intensos con una amiga cuya madre lleva hospitalizada más de un mes, y la verdad, puedo decir que a pesar de la situación, hay ratos en los que mirándonos a los ojos, seríamos capaces de sacar alguna que otra instantánea a la felicidad. Buen texto, Ovidio.
ResponderEliminarEs más fácil fotografiar la felicidad de los demás que la propia.Cuando uno es completamente feliz casi nunca hay una cámara...
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