Unos minutos antes de las doce y media, en una de las decisiones más equivocadas de mi vida, decidí tomarme un café con leche mediano en el bar del hotel donde estábamos hospedados. Poco después, subiendo las escaleras del Ayuntamiento de Gijón acompañado del que en breve se convertiría en mi marido, sentí cómo la cabeza parecía a punto de estallarme. Los nervios propios de la situación y de aquel pedazo de café que acababa de ingerir tenían la culpa. Estuve muy atento a toda la ceremonia -sabiamente conducida por José María Pérez López, que, sin saber que Antonio Muñoz Molina era uno de mis autores favoritos, leyó un hermoso párrafo de "El jinete polaco"-: no quería perderme ningún detalle de aquel momento que representaba una de las decisiones más importantes que había tomado en toda mi vida, casarme. Pese a ello, a estar muy atento, no podía evitar sentir cómo todos aquellos malditos nervios recorrían el interior de mi cabeza, la boca de mi estómago. Sabía que no iba a pasar nada. Estaba seguro. A mi lado, se encontraba un hombre que se había enfrentado a todo por estar allí, haciendo conmigo lo que, libremente, habíamos decidido hacer. No era poca cosa. Todo lo contrario. Sin embargo, en mi cabeza, estaban buena parte de los miedos que siempre acechan al personaje que Woody Allen representa en cualquiera de sus películas. Derrame cerebral, infarto fulminante, continuas taquicardias, el fin de mis días... ¡Sólo a mí se me podría ocurrir tomar un café (no descafeinado ¡y mediano!) antes de aquella celebración! ¡Sólo a mí se me podría ocurrir añadir más adrenalina a la mía propia, que ya era bastante! Así las cosas, todo transcurrió rápidamente, del mejor de los modos. Atrás habían quedado muchos sufrimientos, muchos años de lucha, muchas peleas con un mundo que, durante más tiempo del deseado, no aceptaba que otra gente tuviese una sexualidad diferente a la mayoritaria. En aquellos momentos, todo aquello ya se había quedado atrás. La ley del gobierno socialista nos permitía ser a todos iguales. Y nosotros, estábamos haciendo uso de aquella ley. Sabíamos que el Partido Popular la tenía recurrida, pero eso, en aquellos momentos, no nos importaba lo más mínimo. Fuese cual fuese el fallo del Tribunal, aquel momento, con las neurosis propias de Woody Allen incluidas, no nos lo iba a quitar nadie. Como así fue. Como así es. Hemos recordado muchas veces aquel día de finales de abril, justo al día siguiente de celebrar -un año más- el día del libro. Muchos dias y muchas noches. Y ayer, evidentemente, volvimos a hacerlo, a recordarlo. Ayer, el Tribunal, por aplastante mayoría, votó a favor de la libertad, del sentido común, de la coherencia. Más de veinte mil parejas casadas desde que la ley se hizo efectiva. Más de veinte mil parejas -como todas las parejas que se casan- con sus ilusiones, con sus miedos, con sus ganas de comerse el mundo. Ahí estamos. Si la entrada de la ley fue un momento histórico, éste también lo es. Porque se ha impuesto el civismo, el respeto hacia el otro que no piensa, que no siente como tú. Sé que muchos votantes y muchos miembros del Partido Popular no estaban de acuerdo con recurrir esta ley (y lo agradezco, lo agradecemos), pero también sé que estos ocho años de incertidumbre fueron provocados por ese partido, alentados por esa iglesia que, siempre envalentonada contra las diferencias, en unos actos absolutamente vergonzosos, salió inmediatamente a la calle para manifestarse contra los derechos adquiridos por otras personas. Sé que es mejor no ser rencorosos (y creo que no debemos serlo), pero sé que es importante no olvidar las cosas. No, definitivamente, no es momento de rencores. Es momento de pensar que, a veces, el mundo puede ser mejor.
Desde luego que no es momento para rencores pero hoy me gusta imaginar a quienes se han desayunado con una ensasalada de peras con peras (o manzanas con manzanas, tanto da) acompañada de copita de mistela rebajada con agua bendita (por aquello de endulzar los tragos amargos).
ResponderEliminarQue el Tribunal Constitucional iba a dar el visto bueno a la ley era una apuesta personal mia y de otros muchos como y. Yo soy cristiana, católica prácticante y me avergüenzo de muchas manifestaciones de la Iglesia, pero sé que esa no es Mi Iglesia, porque como creo que ya lo he dicho en este blog alguna que otra vez: estoy SEGURA que Jesucristo estaría celebrando el triunfo de la libertad (la libertad en forma de matrimonio gay, en este caso)
ResponderEliminarGente casposilla la hay en todas partes, y gente inculta, y gente intolerante y.... pero también hay gente que acepta, que acoge, que ama al que, por lo que sea, es diferente.
Hoy, ayer, tenemos un motivo de alegría para celebrar, sin apologías, sin soberbia, con humildad, con respeto... Por fin, vuestra situación (que, vuelvo a repetir, para mi no se tambaleo en ningún momento) es firme para siempre, aunque todos sabemos que cada una de vuestras historias de amor que finalizaron en matrimonio (o que empezaron en matrimonio) ya eran firmes como rocas o como las raíces de un roble que se aferran a la tierra para subsistir.
Un beso Ovidio
Y por mi, sinceramente, la de las manzanas me la trae al pairo
ResponderEliminarPor finha triunfado la libertad...
ResponderEliminar¡¡Enhorabuena!! A todos los que creemos en la libertad,en la igualdad y en el libre albedrío para decidir qué hacer y qué no con nuestras vidas sin condicionantes de ningún tipo. Abrazotes par ti Ovidio y para Íñigo.
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