Pocas cosas me gustaban más cuando era un niño que recorrer las pequeñas tiendas del barrio de la mano de mi madre. Eran sábados por la mañana y no importaba que lloviese o hiciese sol: la cita estaba asegurada. La carnicería, la pescadería, la frutería, la ferretería (si algo se necesitaba de allí)... Y la librería, por supuesto. Ahí, los dos lo sabíamos, la parada era obligatoria. Me gustaba el olor que había allí, a papel y a libro nuevo. Me gustaba coger el libro que ese día iba a comprar y hojear los demás, acariciarlos, saber que estaban allí, en aquellas estanterías, y que al sábado siguiente o al otro volveríamos a por ellos. Mi madre nunca escatimó en eso. Siempre me compró los libros que le solicitaba. A día de hoy, dadas mis circunstancias laborales, aún sigue haciéndolo. En menor medida, claro, porque las cosas están tremendas para todo el mundo, incluidos los jubilados que tienen que pagarse las medicinas (abundantes, por desgracia, en el caso de mi madre). La pequeña librería que estaba al lado de nuestra casa, Aldebarán. ¡Quién me iba a decir a mí que años después acabaría trabajando en ella! Pero antes de eso, ya siendo un adolescente, seguía comprando allí, entablando relaciones con aquella librera, Paquita, que el tiempo ha convertido en un referente de esta ciudad. Conozco a mucha gente que la atraviesa, de punta a punta, para comprar sus libros en ella, también ahora que su hija, Patricia, se ha hecho cargo de la librería. Muchas veces, si leía en el periódico que alguno de mis autores favoritos acababa de sacar un libro, corría veloz a la librería a solicitarlo. Ay, no ha llegado todavía, decía Paquita. Mira en esas cajas que están ahí, aún sin abrir, añadía. Me encantaba hacer eso, abrir aquellas cajas, repasar las novedades que habían llegado y que a ella aún no le había dado tiempo de colocar en las estanterías o el escaparate. Pero no, el libro aún no había llegado. Tocaba esperar. Por la tarde, en uno de mis solitarios paseos (ah, el adolescente que se sabe diferente), me solía acercar a la mesa de algunos de los grandes almacenes de la ciudad, y descubría que allí ya había llegado el libro que por la mañana le había solicitado a Paquita. Qué injusticia. Compraba allí el libro, no podía evitarlo. Tal era mi impulso, mi pasión, la necesidad de tener aquel libro. (Todo eso que, hoy, pese a los años transcurridos, sigue intacto, afortunadamente). Lo compraba, lo leía y lo devolvía. Y luego, a los pocos días, me lo compraba en Aldebarán. Me parecía que aquella mujer que no otorgaba ninguna relevancia a su evidente belleza física y que llevaba sola aquella pequeña librería, que se esforzaba (económica y laboralmente) por tener todas las novedades y en ir haciendo un fondo decente, se merecía más el dinero que aquellos grandes centros comerciales que vendían libros sin saber, en algunos casos, muy bien qué título o autor estaban vendiendo y te ponían cara de extrañeza si les preguntabas por algún título que no estaba en la mesa de novedades. Luego, ya digo, yo mismo trabajé en aquella librería durante unos cuantos años. Fueron tiempos felices, sí, intentando sacar adelante aquel pequeño negocio con algunas de las ideas de Paquita y con las mías propias. ¡Cuántas cosas se aprenden trabajando en una librería! Es una de la cosas que más echo de menos en estos tiempos. Pero ésa es otra historia. Aunque siempre he dicho que me considero tanto escritor como librero. Ser librero no es vender libros. No se trata sólamente de eso. Es mucho más. Es sentir el amor por los libros y querer transmitirlo de la mejor manera posible, de la forma más adecuada, según cada caso. Siempre digo que algún día escribiré mis memorias como librero. Uno se encuentra con todo tipo de historias: cualquier librero lo sabe. El día 30 de noviembre se celebra el día de las librerías. Tiene que ser, como el día del libro o los días de Navidad, un día mágico. Las librerías abiertas durante todo el día, los (hoy más que nunca) necesarios descuentos, la alegría (ay) por comprar. Por hacerse con ese libro que llevamos deseando desde hace semanas, arañando presupuestos, para sumergirte luego en él, una vez más, con la ilusión de las primeras veces, de las primeras lecturas. Esas que ya nunca olvidaremos. Que la fiesta, pese a todo, no decaiga. Que eso, los sueños y la fascinanción que siguen provocando en nosotros los libros, no desaparezca nunca. Que sea lo último que nos arrebaten.
Este año voy surtido. Como nunca. He batido mi propio record,por culpa tuya Ovidio.Nunca había logrado tener tantos libros firmados por sus autores como en este año. Tres tuyos y otros tres más(uno de Esspaña y dos de México).Los seis "devorados" con fruición y con plena satisfacción de haberlo hecho así.Sin libros la vida es inconcebible(sin música tampoco). Es importante mantener el hábito de la lectura en estos tiempos tecnológicos. Leí "Pedro Páramo" de Juan Rulfo en el ordenador.No fue una experiencia desagradable,pero sigo prefiriendo el formato "tradicional",para fechar y firmar(lo hago con todos los que he leído hasta ahora.Los libros ocupan espacio,se llenan de polvo,son caros pero...son imprescindibles.Evocan instantáneamente los lugares y las personas que nos rodeaban en aquel primer momento de su lectura. Tienen esa magia a la que ya no se puede renunciar jamás.
ResponderEliminarA mi me paso el otro día, teníamos que leer "Historia del amor" para el taller de lectura y me fui al Corte Inglés. No lo tenían, me propusieron pedirlo, pero venía unos días después. Entonces recordé lo mal que me sentí cuando cerraron una pequeña librería que había cerca de casa de mis padres, la librería Trabe, todavía está el nombre en el local. Me sentí tremendamente mal y un poco responsable, en aquel sitio el librero te trataba francamente bien, cada cliente era único o así te hacía sentir, yo le había encargado algunos títulos que no encontraba por ahí y ahora, la librería cerraba, que injusto... bueno pues recordé eso y le dije a la chica del Corte Inglés que no me lo buscará que lo buscaría por ahí. Lo encargué en la Librería Elías, pero no me lo traían hasta unos días después. Conclusión: yo compuesta y sin libro para la cita del Taller de Lectura. Fuí a la Fnac y no pude evitar comprarme el último de la autora Nicola Krauss "La gran casa", no se me ocurrió lo de comprar "Historia del amor", leerlo y luego devolverlo que se puede, porque en la Fnac tienes un mes (yo esto sinceramente no lo entiendo) Así que al final, me compré los dos libros + Novela de ajedrez (también a Auri de la Librería Elías) + el Planeta + el finalista + un libro de dibujo para regalar a un niño que cumplía 7 años y además, encargué "El vestido rojo" y "Astrid y Verónica" y otro libro para aprender a dibujar que se titula "Dibujo para artistas por descubrir" (que os lo recomiendo porque es muy bueno) ¿Estoy loca o qué? y como fui a la presentación de "El tiempo que vendrá" me lo volví a comprar porque el primero lo regalé a una amiga que se iba de viaje de novios. Bueno soy una compradora compulsiva, pero me encanta si mis compras son libros.
ResponderEliminarOtros tienen otros vicios, pero reconozco que lo que más me cuesta es tenerlos en orden y sin polvo.
ResponderEliminarPues a mí lo que más me gustaba (y sigue gustando) es pasar una tarde cualquiera de la semana, husmeando en un puesto pequeño de libros que hay en el Pasaje de San Ginés (donde la churrería que años atrás perteneció a mi familia paterna). En invierno la mezcla de olores era curiosa, libros viejos, churros recién hechos y castañas asadas del puesto que había entre Arenal y Mayor... En fin, que no mueran los libros porque muchos nos iremos entre ellos.
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