sábado, 24 de noviembre de 2012

Sara

Nos citamos en un local de comida rápida. En un Macdonald´s, para ser exactos. Previamente, por teléfono, así me lo había pedido. Ningún inconveniente, le dije. Llegó a la hora acordada. Yo ya la estaba esperando en una de las mesas más discretas, en la parte de arriba. Era la una del mediodía. No había mucha gente aún. Enseguida la reconocí. Me estrechó la mano, me dijo que era aún más guapo que en las fotos que aparecían en los periódicos y en las que tenía colgadas en el perfil de la red social que utilizo (la misma que utiliza ella: a través de ahí se empezó a dirigir a mí y comenzó nuestra amistad, aunque en su perfil no haya -todavía- fotos suyas y su nombre no sea el verdadero). Le agradecí el piropo con una amplia sonrisa. Se quitó el abrigo, dejó el bolso a un lado, y se sentó enfrente de mí. Me explicó que le apetecía comer uno de esos menús de hamburguesas y patatas saladas porque él nunca se lo permitía. Decía que toda esa comida era muy perjudicial para la salud. Él era su marido. Aún lo es. Aunque hacía nueve meses que lo había abandonado, según me había contado en los correos que me enviaba. Desde entonces, pese a las ganas que tenía por uno de aquellos menús, nunca se había atrevido a entrar sola en un Macdonald´s. Como antes tampoco se había atrevido a hacerlo en los de la ciudad en la que vivió durante cuatro años, ni siquiera en los de los centros comerciales. Temía que en cualquier momento, mientras estuviese comiendo uno de aquellos menús, él entrase por la puerta y le montase alguno de sus numeritos. Su marido era un maltratador. Por eso, después de muchos miedos e inseguridades, de algunos intentos previos fallidos, le había abandonado. No sé cómo logré hacerlo, me dijo, aún no lo sé. Coger cuatro cosas y marcharme de casa. Lo hice, como te dije en un correo, mientras él estaba trabajando. Lo tenía todo pensado, la noche anterior apenas pude conciliar el sueño. Sabía que nada más que se marchase a la oficina, yo cogería el primer tren y regresaría al norte, a esta tierra, donde vive mi tía, la única hermana de mi madre, la única pariente cercana que me queda. No te puedes imaginar, señaló, los nervios que pasé en aquellos momentos. Nunca me había sentido así de mal. Nunca. Tenía ganas de ir al baño constantemente, de vomitar. Una especie de electricidad recorría todos los rincones de mi cuerpo. Lo hice todo de un modo automático: ducharme, vestirme, meter aquellos cuatro trapos en una maleta... Cuando ya estaba a punto de salir por la puerta de aquella casa que habíamos compartido, me hice pis sin darme cuenta y tuve que volver a meterme en la ducha y cambiarme de ropa. Las manos me temblaban, todo el tiempo. Casi tanto como ahora, mira. Y sostuvo su mano en el aire por unos segundos: temblorosa. Fueron muchas palizas. Muchas. Sin venir a cuento. Estando borracho y sin estarlo, que tampoco es que bebiese tanto. No sé cómo aguanté todo aquello. No, no lo sé, susurró. Parecía a punto de echarse a llorar. No quiero llorar, perdóname. Puedes hacerlo libremente, le dije: no hay que avergonzarse por llorar, es una necesidad como otra cualquiera. No, respondió tajante. Esa etapa ya quedó atrás. No quiero decir que soporté todo aquello en nombre del amor. Me avergüenza decir eso, a día de hoy. Porque ahora sé que el amor es otra cosa. "El amor no es la ostia", como dicen por ahí. Y tienen razón. Si las busco, las razones, digo, tampoco las encuentro. Le quería, sí, ¡fíjate qué estúpida!, pero esa tampoco es válida. No quiero pensar mucho en ello tampoco, si te soy sincera, ¿para qué? Quiero mirar hacia delante. Leer tu novela, desdramatizó. Todo lo que escribes me gusta mucho, ya lo sabes, por eso me apetecía, como te dije por correo, conocerte en persona. Gracias, murmuré. La valentía con la que expones algunas cosas de tu vida, me dijo, me ha ayudado mucho, aunque no te lo creas. Gracias, repetí. Trabajo, como te dije, en la tienda de mi tía, en el pueblo. Una de esas tiendas que tienen de todo. Aunque estudié magisterio, no se me van a caer los anillos por vender hilos o lo que haga falta. Todo lo contrario: me sirve para estar entretenida. También leo mucho, como siempre. Ella, mi tía, está a punto de jubilarse y necesita ayuda. En más sentidos de los que imagina: los años no pasan en balde. Vivo con ella, en el piso que tiene justo encima del negocio. A veces, suena el teléfono en mitad de la noche y las dos sabemos que es él, a más de mil kilómetros de distancia, pero, aunque algo se remueve en mi estómago, estoy empezando a sentir ese sonido como si sintiera el de la lluvia que cae por la noche. Menos reconfortante, claro. Saldré de ésta, me digo por lo bajo, tratando de conciliar el sueño de nuevo. Claro que saldré, repite. Cuatro años de matrimonio no se olvidan así como así, y más de un matrimonio así, pero hay que intentarlo. Querer es poder. Tengo cuarenta y cinco años. Hay que mirar hacia delante, siempre, siempre, aunque nos parezca imposible a ratos. Hay que seguir, añade. No queda otra. Oye, ¿pedimos ese menú? Yo creo, prosigue, que me voy a tomar dos... Y se ríe. Tiene una risa hermosa, fresca. Como si no le hubiese pasado nada malo en la vida. Como si la inocencia aún estuviese muy presente en ella. Yo pido, dice cogiendo la cartera del bolso. Y mientras la veo alejarse con paso firme de la mesa -la imagen de una mujer joven, guapa, con ganas de hacer cosas...-, en dirección a la zona de pedidos, sé que esta mujer se ha salvado. 

4 comentarios:

  1. ¡Qué tremenda historia, Ovidio! Y tan real. Todos conocemos casos de mujeres maltratadas. Mujeres que aguantan, unas por amor, y la mayoría por miedo. Mujeres que no tienen la capacidad de superación que tiene Sara pero que en el fondo sueñan que romper un día el maleficio. ¡Qué bien lo has contado Ovidio! Realmente, emocionante.

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  2. Nunca están tan borrachos. El alcohol es el medio que utilizan los cobardes para sentirse superiores a la mujer que quieren someter. Enhorabuena a Sara. El camino es largo pero puedo decirle que se sale más fuerte y hasta más guapa.

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  3. Impresionante relato.La fortaleza,la determinación,el coraje son admirables en esta hermosa mujer.Los infiernos cotidianos,vivido en silencio,terminan cuando se reúne el valor necesario y se arriesga todo(incluso la vida).Las luchas internas para abandonar a la persona que amas(y que te maltrata)tienen que haber sido tremendas.La decepción que produjo la primera bofetada,la primera paliza debió haber sido devastadora.Luego lidiar con una culpa,que nunca se tiene,las depresiones,la baja autoestima,y una sociedad que no ayuda(ahora menos)y que estigmatiza a la víctima(no al maltratador).Con ejemplos así se avanza,se está más cerca de alcanzar el firme propósito de erradicar esta lacra(aunque sabemos que será muy difícil y aún queda un trecho enorme).No sé si llegue ella a leer estas lineas,pero de hacerlo quisiera desearle lo mejor,en todos los sentidos,para una nueva vida(es muy joven)de la que ella es conquistadora plena.No ha de ser fácil restear toda una vida,pero ella lo ha hecho y es motivo de profunda admiración.Cuantas historias quedan en la intimidad por no saber salir de esa trampa que es la que tiende el maltratador.

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  4. Inversamente proporcional a menor autoestima, mayor capacidad para aguantar estos infiernos... aunque no sean exactamente las cosas así, me entendéis, ¿verdad? Son años y años de infravaloración de la mujer que al final la colocan en una situación de inferioridad frente a los hombres y se lo creen: que son inferiores, que algo habrán hecho mal,... Para mi peor que los moratones son las heridas del alma que no se ven y de esas... está el mundo lleno... el maltrato sicológico es más frecuente que el otro y es peor porque no deja marca...

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