El día era gris y lluvioso. En mis manos tenía las llaves de aquella librería que iba a abrir por primera vez en mi vida. Ya no me iba a colocar a ese lado del mostrador donde tantas veces había estado, sino al otro. No estaba nervioso. Bueno, sólo un poco. Abrí la puerta de la librería. El olor de todos aquellos libros, el silencio, las sombras... Y mi silueta perfilada entre aquellas sombras. Encendí las luces, todas las luces. Como las encienden los técnicos cuando el actor se sitúa en el centro del escenario, preparado ya para ofrecer al público su interpretación. Y allí me situé, al otro lado de aquel mostrador. En ningún momento me sentí un extraño de aquel lado. Todo lo contrario. Tuve la sensación, como la tiene ese mismo actor que está a punto de hablar en el centro del escenario, que estaba ocupando el lugar que me correspondía. Han pasado muchos años de aquella mañana gris y lluviosa. Cada 29 de junio, al despertarme, es lo primero que recuerdo.
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