Me ha emocionado mucho la fotografía del ministro Puente con su padre, un anciano, y su hijo, un bebé de apenas unos días. Los ojos, con una alegría y un entusiasmo que no se ocultan, del padre y del abuelo. Los del bebé, como es lógico, están cerrados. Qué contraste con esas otras imágenes de interminables guerras que estamos viendo estos días. Hay esperanza, parece decirnos esa fotografía, aunque sea débil y a veces sólo consiga colarse por una grieta abierta en medio de la pared. Luz que se filtra por esas rendijas.
"Mi padre era jardinero. Ahora es jardín", así comienza Gueorgui Gospodínov su último libro, 'El jardinero y la muerte', donde narra los últimos meses de la vida de su padre. Terrible y bellísima narración, muy cercana al poema. Como también lo es, ya lo comenté en El Cuaderno, el libro que Menchu Gutiérrez escribió tras la muerte de su madre, 'Vida y muerte de un jardín de papel'. Madre y jardines. Ahora, recuerdos y jardines. Y las manos manchadas de tierra.
Mi padre nunca tendrá una fotografía como la de Puente porque no tiene nietos. Sin embargo, también me emociona su fragilidad tras la muerte de mi madre. Y cómo intenta, a ratos, ocultar esa fragilidad para que nosotros, sus hijos, sepamos que una parte del faro continúa encendida. El padre sigue en pie, quiere decirnos sin decirlo con palabras. No son necesarias. Nosotros entendemos. Y sabemos que esa mitad de la luz nos ayuda, en cierta medida, a seguir avanzando. Luz a la que aferrarse. Y las manos manchadas de tinta.
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