sábado, 31 de mayo de 2025

Grace Jones

Grace Jones, que acaba de cumplir 77 años, es salvaje, atrevida, descarada, sensual, misteriosa, divina. Y un tanto maleducada, si atendemos a la famosa entrevista donde el presentador le dio la espalda para charlar con otro invitado y ella empezó a golpearlo sin control. Modelo, actriz, compositora, cantante. Por la memoria de los vídeos revisados de Studio 54, se muestra rotunda bailando y cantando con una larga falda brillante y los pequeños pechos desnudos, rodeada de hombres semidesnudos, que, posiblemente, tras apagarse la cámara, el semi desaparecería por completo de la ecuación. Otros tiempos que, a veces, rompen este presente tirando a pacato -pacato, realmente, para qué engañarse- pulsando de nuevo la función de inicio. Y ahí vuelve a estar Grace. Como lo estaba en aquel piso parisino compartido en los inicios -ya muy lejanos- con Jessica Lange y Jerry Hall. Menuda tela para mitómanos. 
No sé muy bien las razones, pero la imagen de Grace Jones suele evocarme las fotografías de Robert Mapplethorpe. Aquellos cipotes desmesurados y aquellas flores bellísimas. Supongo que esa mezcla de dureza y fragilidad también está en la actriz y por eso me vienen a la cabeza aquellas fotografías geniales, irrepetibles, que tuve ocasión de ver en una exposición en Madrid hace algunos años y otra en Gijón hace muchísimos más.  

Pura carnalidad, puro lirismo. Y esa peligrosa dosis de divismo que, cuando se traspasa más de la cuenta, puede dar en conflicto. Quizá la edad haya conseguido calmarla.  

viernes, 30 de mayo de 2025

Feria del Libro de Madrid

 Javier Castro Florez, editor de Newcastle, escribía esto después de la lectura de 'Mi madre y yo':

"Busco hasta debajo de las piedras cualquier libro en el que alguien recuerde a su madre. Pues bien, con esta autoridad que me autoconcedo, pongo solemnemente en el podium de los tres mejores libros sobre madres a este precioso "Mi madre y yo" de Ovidio Parades (estaría acompañado de "Visita de año nuevo" de Antonio Moreno y de "Ritual de dueño" de Isabel de Naverán).
Es un libro emocionante, lleno de dolor y amor y que se te pega a la piel como un gato en invierno, acostado a tu lado ronroneando cerca, muy cerca, de ti".
En la Feria del Libro de Madrid, si os apetece, podéis encontar el libro en la caseta de Tres Hermanas, la 117.

viernes, 23 de mayo de 2025

Fotografías

Me ha emocionado mucho la fotografía del ministro Puente con su padre, un anciano, y su hijo, un bebé de apenas unos días. Los ojos, con una alegría y un entusiasmo que no se ocultan, del padre y del abuelo. Los del bebé, como es lógico, están cerrados. Qué contraste con esas otras imágenes de interminables guerras que estamos viendo estos días. Hay esperanza, parece decirnos esa fotografía, aunque sea débil y a veces sólo consiga colarse por una grieta abierta en medio de la pared. Luz que se filtra por esas rendijas.

"Mi padre era jardinero. Ahora es jardín", así comienza Gueorgui Gospodínov su último libro, 'El jardinero y la muerte', donde narra los últimos meses de la vida de su padre. Terrible y bellísima narración, muy cercana al poema. Como también lo es, ya lo comenté en El Cuaderno, el libro que Menchu Gutiérrez escribió tras la muerte de su madre, 'Vida y muerte de un jardín de papel'. Madre y jardines. Ahora, recuerdos y jardines. Y las manos manchadas de tierra.
Mi padre nunca tendrá una fotografía como la de Puente porque no tiene nietos. Sin embargo, también me emociona su fragilidad tras la muerte de mi madre. Y cómo intenta, a ratos, ocultar esa fragilidad para que nosotros, sus hijos, sepamos que una parte del faro continúa encendida. El padre sigue en pie, quiere decirnos sin decirlo con palabras. No son necesarias. Nosotros entendemos. Y sabemos que esa mitad de la luz nos ayuda, en cierta medida, a seguir avanzando. Luz a la que aferrarse. Y las manos manchadas de tinta.

jueves, 22 de mayo de 2025

Mi madre y yo, por Leticia Sánchez Ruiz

 Hace un año -cómo pasa el tiempo, aunque haya heridas complicadas de curar-, presentaba en Oviedo mi libro más personal (el que nunca hubiese querido escribir), 'Mi madre y yo'. Horas antes, Leticia Sánchez Ruiz (publica nuevo libro en unos días, atención), que me acompañó en el trance, escribía uno de los textos más hermosos de los muchos que se han escrito sobre él. Mi agradecimiento de nuevo para ella y para toda la gente que se sigue acercando a este trabajo. Aquí está el texto de la amiga y escritora:

Leí `Mortal y rosa' de Paco Umbral en un aeropuerto, y también leí así, entre esperas y aviones, 'Mi madre y yo' de Ovidio Parades. Fue algo casual pero me pareció relevante: los dos son libros que hablan sobre la pérdida de un ser querido, los dos son libros hermosísimos, los dos son pura literatura. Supongo que esta clase de historias hay que leerlas en un estado de tránsito. Parades habla de la muerte de su madre, de ese camino de no retorno que fue haciendo poco a poco con ella, del dolor que le produjo, de la devastación que supuso el fin, del vacío que esta ausencia le dejó; el pecho temblando por el agujero de una bala que se ha llevado parte de su corazón y late distinto, desprotegido, desnortado. Pero en este libro no se habla únicamente de muerte, sobre todo se habla de vida. De lo que Ovidio vivió con su madre, de quién era ella, de quién es él y de quiénes eran ellos dos juntos. 'Mi madre y yo', como todo buen libro, está plagado de contrastes. El verano brumoso en que su madre fallecía y los tiernos veranos de la infancia bajo el sol mediterráneo que vivieron (y los locos veranos de amor en Gijón). El dulce pájaro de la juventud en el que cualquier cosa era posible, y la nostalgia de una vida ya pasada. El inabarcable amor que encontró con Íñigo, y el desprecio que halló en unos compañeros de colegio que se hacían fuertes insultando al que era distinto. Está lleno de libros, de cine, de terrazas, de comidas, de teatro, de viajes, de fruta jugosa, de copas de vino, y también de hospitales, partes médicos, convalecencias, dudas, temores, manzanas podridas, incomprensión. Dolor y alegría. Mucha alegría, y mucho dolor. 'Mi madre y yo' no sólo es un hermosísimo canto de amor a Nuria Álvarez Alonso, sino también, a mi parecer, la mejor obra de Ovidio Parades, en la que su literatura llena de detalles brilla como nunca y ni una sola línea tiene desperdicio.

martes, 20 de mayo de 2025

Una foto de Navidad

Íñigo trajo ayer de casa de sus padres una de esas fotografías que nos hacíamos de pequeños en Galerías Preciados sentados sobre las piernas de un Rey Mago. Mi hermana y yo también tenemos las nuestras. Todos los niños de la época tenemos una (o varias). Un clásico. Creo que el negocio sigue en El Corte Inglés, aunque la Navidad para mí ya sea algo borroso donde sólo se acumulan recuerdos y largos paseos por una ciudad que no es la mía. Siendo una foto preciosa de un niño guapísimo (un poco asustado, eso sí) que se convirtió en un hombre igual de guapo, no era a esto a lo que iba. A lo que iba es al Rey Mago. Gaspar, deduzco. Un chico sobre los treinta, quizá menos, con ojos marrones y bonitos, ¿un poco achispados?, ¿oliendo a tabaco rubio?, con la barba postiza y toda la parafernalia del asunto. Pienso en ese chico. ¿Qué habrá sido de él? ¿Querría en esa época, finales de los 70, ser actor, poeta, mimo, maestro, ingeniero de minas, peluquero, tabernero? O simplemente quería sacarse un dinero extra para salir el fin de semana con una novia de la que ahora, si sigue vivo, posiblemente no sepa nada. Quizá estén muertos los dos. La droga empezaba a causar estragos, ya recordamos. Es otra posibilidad. También puede ser que con esa chica o con otra formasen una familia y ahora sea un hombre viejo y cansado. O sea un hombre más o menos feliz -viudo o aún casado- viviendo en un apartamento del sur con vistas al mar, leyendo las memorias de Nabokov por las mañanas y jugando al bingo por las tardes, escuchando Radio Clásica y tomándose después un gin-tonic de Beefeater poco cargado mientras cae la noche y algunos pescadores siguen faenando en sus barcas. Quién sabe.  

sábado, 17 de mayo de 2025

Contra la LGTBfobia

En este Día Internacional contra la LGTBfobia podría decir muchas cosas. Algunas ya las he escrito en mis libros. Y otras, como el caso que me contó ayer un antiguo vecino sobre el bullying que están ejerciendo contra su hijo, no las cuento porque no me pertenecen. Pero me duelen, todavía me duelen. Puedo contar una anécdota reciente que refleja bien el odio de algunas personas. Cuando salía a pasear con mi madre, nos encontrábamos a menudo con una mujer que ella conocía porque coincidían en los mismos comercios. Bien. Esta mujer se dirigía en todo momento a mi madre, como si yo no estuviese presente. No me iba la vida en ello, como entenderéis, pero era desagradable porque si algo no soporto, además de la homofobia, es la mala educación. Y esta tipa, aparte de homófoba, era una maleducada. Es. Porque la encuentro a menudo por el barrio y, aunque la encuentre cara a cara, jamás me saluda. No pasa nada. O no pasa nada de momento. Porque gente como ella es la que cuando algo sí puede pasar, se ponen los primeros en la fila a tirar piedras.

Toca reflexionar, si tienes un poco de sentido común. Y el que no lo tenga, que lo vaya buscando. Porque ayer me tocó a mí, hoy le toca a ese chico de quince años y mañana puede ser el hijo o la nieta de alguien como esta maleducada de la que hablo, y entonces a ver qué pasa.
Aunque suene a tópico, no hay que bajar la guardia. Como estamos viendo en todo el mundo, los derechos conseguidos pueden desaparecer en cualquier momento

viernes, 16 de mayo de 2025

Paisaje

Viernes. 7 y media de la mañana. Acompaño a mi hermana a la estación de autobuses. Una mujer de unos sesenta años cuenta en voz alta su vida: lo que tuvo que limpiar, lo que le costó comprar su casa, lo mal que la trata este país, y en este plan. Me despido de María. El monólogo de la mujer continúa cuando salgo de la estación. Prosigo mi paseo debajo de una lluvia fina. Paso por delante de un tugurio que pensaba que llevaba años cerrado. El portero saca a los últimos clientes. Apenas pueden sostenerse en pie, pero agarran con fuerza la última copa que les han puesto en un vaso de plástico. Gente de mi edad más o menos. Un poco después un tipo, también en torno a los cincuenta, se despide con besos que lanza al aire de una chica que está a unos metros de él. Les cuesta mantener el equilibrio. Él apura un cigarrillo y se mete en un taxi. Ella sigue caminando como puede. ¿Han vuelto a ponerse de moda las noches de los jueves para salir? Agradezco, con moda o sin ella, no estar en edad de salidas nocturnas. Agradezco también las pocas ganas que tengo de ello. En contraste, niños que van al colegio. Caras de sueño, caras risueñas, algarabía infantil. Una niña diminuta, también esperando a que cambie el semáforo, me dice hola. Le contesto de la misma manera. La madre, al ponerse el semáforo en verde, tira de ella como diciendo no son horas de hacer amistades, nena. Paso por delante de una panadería cuyo olor me seduce. Entro y compro una barra de pan. Aún está caliente. Ese calor me reconforta. Le hago una foto a ese paisaje donde decían que hoy iba a lucir el sol. Pienso en Raymond Carver y sigo caminando. Hoy van a ser más de seis kilómetros, seguro

jueves, 15 de mayo de 2025

Insoportable lluvia

Ya no me gusta la lluvia. La lluvia ensucia mis zapatos y cala mis huesos. No importa que te protejas con un paraguas tamaño XL y te pongas abrigo, chubasquero y el jersey más grueso del armario. Se escurre, como una serpiente, y su humedad te atrapa. No tiene piedad. La lluvia queda bien en algunas películas, imágenes poéticas que conserva la memoria, pero se hace pesada en el quehacer cotidiano. Sobre todo, en estas ciudades donde llueve constantemente. Ya puedo sentirla desde la cama -hoy mismo-, repicoteando contra el suelo del patio, contras los cristales de las ventanas, contra mi memoria. Ya puedo sentirla, sí. Y no la quiero. No, no la quiero. Mis huesos no la quieren. Todo tan verde y tan bonito, dicen los visitantes de otras ciudades. Todo tiene un precio. Este es el nuestro. Insoportable ya. 



miércoles, 14 de mayo de 2025

Azucena Vence

La vida es larga. La vida es corta. La vida y las complicaciones. La vida y las alegrías. La vida está llena de gente imbécil. La vida está llena de gente cómplice. La vida es una conversación del pasado y una conversación pendiente. La vida es un libro, y una voz, y un micrófono, y un cruce de miradas, y una copa de vino. La vida son recuerdos de diferentes alcances. La vida son páginas con letra muy apretada y páginas en blanco. La vida son partes de un puzle que, a estas alturas, ya no se puede completar. La vida también es saber eso. La vida es esto y ahora. La vida, y el amor, y la amistad. La vida y la suerte de que a veces te ponga en el camino a personas con coherencia y ética que te entregan su afecto. La vida y Azucena, por ejemplo. Feliz cumpleaños y larga vida, amiga. Espero de nuevo esa voz para el otoño, si tú quieres. 

miércoles, 7 de mayo de 2025

Gena en el veterinario

Vengo del veterinario con Gena. Infección de orina. Algo común, ya lo sé, pero como he visitado tantas veces esa consulta con Francesca pues todo se remueve. Bajo los focos, con mis manos sobre su cuerpo tembloroso, Gena protesta suavemente, como si aceptara resignada que hoy toca eso. Precisamente, esta mañana, mientras leía los periódicos, me aparecieron unas palabras de Massiel en las que decía que, salvo cuatro afortunados, venimos a esta vida a sufrir. Qué razón llevas, Tanqueta. Todo el mundo dice que sus gatos son buenos y cariñosos. Y será verdad, no lo dudo. Pero esas palabras, en el caso de nuestra gata, se quedan cortas. Como es tan excesiva, pues también lo es en eso. No puede estar sola ni un minuto. Si no es aquí, conmigo, es allí, donde Íñigo trabaja. Y cuando nos marchamos, el drama es mayúsculo. Cada ser vivo tiene su carácter. Y éste es el de Gena.

Ya en la calle, bajo este agradable sol de hoy, me siento en una terraza tranquila y pido un café. La coloco a ella en un lugar donde también da el sol y se queda poco a poco adormecida. El día será duro porque no puede comer nada hasta la noche, sólo agua. Pero eso ella ahora no lo sabe. Duerme y abre los ojos cada poco para comprobar que sigo allí. Y entonces, al verme, vuelve a cerrarlos, lanzando un casi imperceptible ronroneo que viene a indicar que todo está bien de nuevo. Y yo tengo la sensación de que el mundo ha dejado de girar y, por unos instantes, podemos atrapar algo parecido a la serenidad.

sábado, 3 de mayo de 2025

Norma Aleandro

Ayer cumplió 89 años la actriz Norma Aleandro. Además de sus películas, tuve la suerte de verla hace algún tiempo en Buenos Aires interpretando a la madre de 'Agosto (condado de Osage)', de Tracy Letts. No hay palabras suficientes para definir el espectáculo de aquella mujer. No podías apartar en ningún momento los ojos de ella. La manera de modular la voz, de mover el cuerpo, las manos, los ojos. Y aquel silencio cada vez que aparecía en escena y decía su texto. En aquel momento, me pareció que el papel era perfecto para Lola Herrera. Y tras ver de nuevo a la vallisoletana en 'Camino a la Meca' (ahora de gira) sigo pensando lo mismo. Aquí lo interpretó Amparo Baró, que, aunque no tuve ocasión de disfrutar de su trabajo, son palabras mayores también. Creo que debería reponerse más