Me he levantado muy temprano, como casi todos los días, para escribir. Mientras subía el café, abrí la ventana de la cocina y percibí el olor a quemado. Luego, ya delante del ordenador, vi las imágenes del monte Naranco ardiendo. A relativa distancia de nuestra casa. Y ese viento, un tanto siniestro, que movía con fuerza las persianas y arrastraba consigo confusión y sensaciones encontradas. Con la ventana abierta, el olor a quemado era más fuerte que el olor a café recién hecho. Sirenas de policía. Ese sonido que siempre asusta cuando todavía no ha amanecido. Ese sonido que asusta casi tanto como una llamada de teléfono en plena noche. Y luego, el silencio de nuevo.
Sólo la voz de Íñigo Alfonso en RNE diciendo que habían tenido que desalojar varias casas.
Qué extraño todo. Qué triste.
Cuánta impotencia, el fuego.
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