Tenía unos 20 años, escribía. Isabel Gemio hacía un programa nocturno en RNE. La gente llamaba y contaba sus historias de amor. Había historias de todo tipo. También se hablaba de libros, de música, de cine, de teatro, de exposiciones... Todo lo que ya por entonces me interesaba. Todo lo que me sigue interesando. Isabel leía párrafos de libros, poemas, artículos. Y luego sonaba la música. Me gustaba su voz, las músicas que venían después. Una noche, influido por la Duras (a la que por entonces estaba descubriendo), escribí un texto sobre uno de esos amores imposibles de juventud. Lo envié a la radio. La Gemio lo leyó una de aquellas madrugadas. Mis palabras, por primera vez, en un gran medio, al alcance de numerosas personas. Eso, con veinte años, resulta emocionante. Te ayuda a seguir haciendo lo que te gusta, escribir. No estás tan solo como crees. Y sigues escribiendo, y pasan los años y escribes libros de diferentes géneros. Y ella, Isabel, ya en otra radio, te entrevista cada vez que publicas uno de esos libros. Te sigue gustando su voz, su manera de hacer radio. Su posicionamiento, su generosidad. Cuando se planteó la posibilidad de presentar mi nuevo libro en Madrid, le propuse leer un par de relatos. Aceptó de inmediato. Antes se quiso fotografiar con el libro en Amapolas en octubre, la fabulosa librería que nos acogió. Sam Shepard, justo detrás, con el atractivo de sus mejores años, lo observaba todo silencioso.
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