jueves, 14 de julio de 2022

Paraísos

Empieza a arder la mañana, como una marabunta lejana que fuese acercándose poco a poco desprendiendo fuego por la boca, pero aquí, donde nos refugiamos estos días, todo transcurre de otra manera. El sol ya es incapaz de esconderse. Cielo azul, completamente despejado, y el hilo blanco de un avión al que hoy no me apetece subirme. De la madrugada, solo queda la huella húmeda en la madera y en las páginas de un libro que me olvidé de recoger anoche. Y también ese olor a hierba mojada que es rastro inequívoco de aquella parte de la infancia que transcurrió en un pueblo cercano y que hoy ya solo es territorio de la novela que estoy escribiendo. Paraísos que ya solo pueden habitarse así, con palabras. Piso esa hierba mojada y descubro que un gato que no es mío acaba de comerse las galletas que Lola no quiso ayer. Piso esa hierba mojada que, contra todo pronóstico, no hace daño a mis huesos. De pronto, me doy cuenta de que faltan justo tres meses para llegar a los 51. Sé que la velocidad con la que ha transcurrido este año será ya la misma hasta el final. Pero no hay vértigo ni intensidad, ya no. Lola, a mis espaldas, ahuyenta el silencio de la mañana con esos ladridos que indican que deje ya lo que estoy haciendo y me dedique por completo a ella.   

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