Me acuerdo hoy de la última vez que bebimos vino en los bares de Chueca y allí, lejos de casa, de esta pequeña ciudad, sentíamos -como siempre- que un mundo de posibilidades se abría ante nosotros. Me acuerdo que hacía mucho frío y que dijiste: vamos a ese sitio que tanto nos gusta. Está en la otra punta de la ciudad, respondí. Qué importa. Acostumbrados a las caminatas, tardamos poco en llegar. La euforia siempre es más poderosa que cualquier distancia. Y allí seguía sonando la misma música de siempre. Ha pasado casi un año de todo esto y tengo la sensación de que sucedió en otra vida.
Cómo te sigo echando de menos, Madrid. Cuento los días y cruzo los dedos para que en algún momento pueda presentar mi nueva novela en alguna de tus librerías.
Cuentos los días, cruzo los dedos, trato de elevarme por encima del caos.
No me quejo. Seguimos en pie.
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