Salir a caminar, recorrer la ciudad de un extremo a otro, descubrir la devastación de algunas zonas (se vende, se alquila, los carteles a punto de caer, abrasados por el sol, más locales cerrados) donde fuiste feliz en otro tiempo (sin carteles, sin locales cerrados), el olor y el recuerdo de aquellas tardes y aquellas noches, pensar que todavía hay solución, pensar que ya no la hay, llegar a un rincón un poco apartado, aprovechar los rayos de sol sentados en un banco, comprobar cómo han crecido los días, febrero ya es un hecho y la vida -con todo- la única apuesta segura.
Más o menos así.
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