Fue hace dos años ya. Uno de estos días de principios de febrero, también con una especie de primavera adelantada como la que estamos viviendo este fin de semana, hablé por última vez con mi amiga Loli. Me recuerdo aquí, en el estudio, la ventana entreabierta, hablando con ella por teléfono. Solía llamarnos a menudo para ver qué tal estábamos, si teníamos novedades, qué tal va mamá, cuándo publicas nuevo libro, a ver cuándo quedamos para tomar unos vinos... Nos reímos porque los dos teníamos un poco de catarro y estornudábamos cada dos por tres, provocando momentos un tanto absurdos. Hablamos algo de política, sin saber aún lo que estaba por venir. Me pidió que le recomendara alguna película de la cartelera. Y, como siempre, al hablar de cine, recordamos los (gloriosos) tiempos en los que había salas al lado de nuestras casas, en el centro, en varios rincones de la ciudad. 'La librería' está bien, le dije. Coixet está contenida. Dijo que iría a verla con su marido una tarde que tuviesen ánimos de bajar a los dichosos centros comerciales. Nos despedimos poco después, entre estornudo y estornudo, prometiendo vernos pronto. Dale un beso a Íñigo.
No volví a verla ni a escuchar su voz. No sé si llegó a ver la película de Coixet. No pudo leer mi último libro. Moría, inesperadamente, unos días más tarde. Quizá sin intuir lo mucho que iba a ser añorada.
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