Aún es de noche cuando regresamos a casa. Aquellas noches, las de regresar con el sol en lo alto y el cielo completamente despejado, parecen haber quedado definitivamente atrás. Diferentes épocas de la vida, diferentes situaciones. No eran malas aquellas noches, las de una juventud que, como casi todas las juventudes, quería llevarse la vida por delante, en palabras del jamás olvidado Gil de Biedma. El verano siempre comenzaba ese día, el 28 de junio, celebrando, entre otras cosas, la fiesta del Orgullo Gay. Una algarabía más. Una fiesta con un importante trasfondo de reivindicación, de posicionarse ante el mundo reclamando lo que a otros les viene dado. Cualquier disculpa era válida para tirarse a las calles. Y esa, la de la reivindicación, la de posicionarse, más aún. La ciudad se llenaba de gente y los locales estaban abarrotados, pese a que mucha gente se hubiese ido a la gran fiesta de Madrid. Hoy, las cosas han cambiado. Mucha gente ya se fue a Madrid (o a otro lugar) y se quedó allí definitivamente instalada, dadas las penosas circunstancias laborales. Hoy, muchas cosas han cambiado y los locales ya no están tan llenos. No importa. La fiesta del Orgullo nos sirve como disculpa para salir de casa por la noche, algo que cada vez hacemos con menos frecuencia. Nos encontramos con algunos viejos conocidos, con los que hablamos y recordamos tiempos pasados (todos nos lamentamos de lo mismo, pero decidimos pasar por alto esos temas rápidamente y no amargarnos la noche). Y con otros, ay, que han perdido definitivamente el sentido común. Creo que hay una edad (entre los cuarenta y los cincuenta) en la que, si no controlas un poco, si no distingues bien a tus verdaderos amigos del resto (entre otras cosas), puedes perder el rumbo definitivamente. Así se escribe la historia. O más que escribirse, se emborrona. O la emborronan.
Nadie es el mismo de entonces, aunque disimulemos. Los años van pasando y nos han ido cambiando a todos. Supongo que es inevitable. Pero es mejor no ponerse demasiado trágicos ni demasiado serios, no pensar demasiado en todo esto. Conviene reírse y tirar hacia delante como mejor se pueda. Eso hacemos, reírnos, al comienzo de la noche, durante la cena, con Toña y con Nosti, en una terraza. Y, después, con Víctor y con Yolanda... Nada es lo mismo, aunque las risas aparten lo negativo. Nada es lo mismo, ni siquiera la capacidad de aguante. Por eso nos vamos a una hora prudente. A esa hora en la que antes empezaba lo mejor (o lo peor, que tampoco estaba nada mal). Pero nos vamos felices, recordando camino de casa algunos de aquellos días pasados en San Francisco (el café Twin Peaks, la Plaza de Harvey Milk, aquellas maravillosas vinaterías donde un vino te costaba más de lo que cuesta aquí una botella entera... ¡tantos recuerdos!). No hacía falta que fuese el día del Orgullo Gay porque eso, la reivindicación de los derechos, ya estaba allí, ondeando en el aire como las propias banderas multicolor que formaban parte inequívoca del paisaje. De uno de esos paisajes que sientes como propios aunque -posiblemente- jamás vuelvas a pisarlos.
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