Tenía la voz cálida, serena, agradable. Una de esas voces que siempre resulta apetecible escuchar. Nunca hizo malos programas de televisión, más bien al contrario, pero yo, como a tantas de sus compañeras de profesión, prefería escucharla en la radio, quizá porque con los años la televisión cada vez me fue dando más pereza (y sigue haciéndolo, no puedo evitarlo). La escuché mucho por la radio, sí. Por la noche, sobre todo. En aquel programa que empezaba con la voz rota y maravillosa de Paolo Conte y la voz de Concha sobre la de Paolo, casi siempre con una risa suave, entrando amablemente en la penumbra de nuestras habitaciones, ofreciéndonos complicidad y buenas vibraciones. Era un buen programa de radio. Música, libros, cine, teatro, invitados interesantes, apuntes de viajes, de vinos o comidas, de otras ciudades... Un programa hecho por alguien que sabía disfrutar de la vida. Tenía clase y estilo, como la propia periodista. Y el tono, siempre adecuado, alejado de cualquier estridencia o atisbo de mal gusto (tan de moda desde hace algún tiempo), de la Campoy, bien acompañada por entonces de Lorenzo Díaz en aquellas noches radiofónicas. Siempre había algún tema que tratar. Muchos, en realidad. Esa es la oferta nocturna de radio que me gusta y que ahora, desde que los añorados Silvia Tarragona y Óscar López se fueron con su buen hacer radiofónico, es tan difícil de encontrar. Ay, qué tiempos tan duros estamos viviendo en todos los sentidos... Por eso echamos tanto de menos a personalidades como la suya, la de la Campoy, esa manera tan elegante que tenía de hacer radio, de pasar por todos los temas con maestría, sin perder, aunque llegase el caso, la compostura. Programas llenos de contenidos, de palabras, de voces. De gente que tenía algo que decir y que, diciéndolo, aportaba muchas cosas a quienes escuchábamos. Programas que nos hacían sentirnos bien, que no eran sólo mero entretenimiento o el sustituto del somnífero.
La echaremos de menos, aunque no fuese radio lo último que profesionalmente estaba haciendo. Lo haremos porque Concha era una de esas personas queridas por todo el mundo, cuyo rostro formaba parte indiscutible de una generación de periodistas con la que todos los ahora estamos en torno a los cuarenta años fuimos creciendo y aprendiendo. De hecho, como digo, ya la echaba de menos antes de que se fuera de este mundo. En la radio, sí. Sobre todo, en la nocturna. Donde, así como en el buen periodismo, nada volverá a ser igual sin ella. La radio, que cada día se va quedando más huérfana. Igual que todos nosotros.
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