Fue la primera vecina que conocimos al llegar a este edificio, pronto hará ocho años. E. era menuda, delgada, inquieta, atenta, educada, muy habladora. Tenía la voz grave de las mujeres fumadoras, la casa llena de libros y esa fina ironía que exhiben algunas personas inteligentes con el paso del tiempo. Con esa misma voz, en un susurro, me confesó la edad un día que salíamos del ascensor. Muchos años, sí, pero una mente abierta y despierta. Luego, ya sin susurros, dijo: cómo comprenderás a esta edad, no voy a dejar de fumar, ¡era lo que me faltaba! Genio y figura. Al verme en una entrevista del periódico, se enteró de que era escritor. Compró aquel libro y alguno más, y fue a la presentación de uno de ellos. Coincidíamos a veces en una terraza cercana, ella con su vino (y su cigarrillo), y nosotros con el nuestro. Siempre resultaba un placer encontrarnos con ella. La voz grave, la fina ironía, la amabilidad. ¿Cuándo publicas otro libro?, me dijo la última vez que nos vimos en el portal. Muy pronto, le respondí, ya te avisaré para la presentación. Allí estaré, me dijo. Sonrió y nos despedimos. Fue la última vez que la vi. Una mujer encantadora. La echaremos de menos.
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