Que si las sillas vacías, que si las parejas que se rompen, que si el desempleo, que si la pandemia, que si la mascarilla, que si todo es blanco o todo es negro, que si la suegra, que si el cuñado, que si no tocó la lotería, que si qué bien me quedaba yo en mi casa, que si para qué tanta comida, que si no hay que beber en exceso, que si luego hay que coger el coche, que si puedes cambiar de canal, que si el recibo de la luz, que si... Que si sí y que si no. Las frases se repiten año tras año, en cualquier parte, vayas donde vayas. Y también los ciclos. Es lo que hay.
La Navidad, para mí, es la infancia. Y la Nochevieja, la juventud. Y también, la Nochevieja, el día que mis padres se conocieron. Y desde entonces hasta hoy. Todo lo demás -o sea, estos próximos días- puro trámite. Respetando, evidentemente, a las personas que viven este tiempo con sus creencias religiosas. Que, al fin y al cabo, más allá de langostinos y cavas, falsedades y regalos, es la esencia de estas celebraciones.
Los trámites, ya se sabe, hay que llevarlos de la mejor manera posible. Yo lo tengo fácil: vivo rodeado de libros y de películas. Cuando el cansancio haga su aparición, sé que van a estar ahí: para alejarme por un rato de la realidad. Por lo demás, llegados a este punto y bajo estas circunstancias que vivimos (y otras que siempre están presentes), salud. Es caer en el tópico, sí, y también es la única manera de seguir aferrándose a todo esto. No hay otra.
Que os sea leve. Que lo disfrutéis.
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