domingo, 10 de octubre de 2021

'Madres paralelas': dignidad y contención

'Madres paralelas' es una película compleja. El propio Almodóvar lo dice en un vídeo poco antes de empezar la película. Eso no quiere decir, añade, que sea una historia difícil de entender. Se entiende perfectamente, pero es compleja. Y lo es porque hay muchas historias dentro de esa historia que empieza con una mujer (Penélope Cruz) haciendo una serie de fotografías a un hombre (Israel Elejalde) y termina con un plano (otra fotografía) impactante, demoledor, que remueve muchas cosas, muchos sentimientos, tengas o no tengas familiares sepultados en cunetas. Ciertas sensibilidades, encabezadas por la conciencia, se posicionan por encima de posturas políticas. O deberían hacerlo, si consideramos que tenemos cierta madurez y vivimos en una sociedad cercana a una madurez democrática. 

Pero volvamos a las fotografías del principio, donde arranca esta historia. A partir de ahí, la mujer que realiza las fotografías a ese hombre se verá envuelta en una serie de problemas y circunstancias fruto del azar. El destino y sus corrientes. El destino y sus complejidades. El destino se convierte en un drama que Pedro Almodóvar sabe dirigir con esa sobriedad y contención que viene mostrando desde la magnífica 'Julieta'. La vida te pone en un brete y en otro, constantes bretes, pero hay que afrontarlos para seguir adelante, sin arrebatos ni histrionismos. Penélope contribuye, más que nunca, a esa contención. Contención sin la cual la película se desbordaría en cualquier momento. Ahí sigue estando la clave. 
Todas las actrices están espléndidas y Elejalde cumple a la perfección con su cometido. Hay tramos bellísimos a lo largo de la película (la cortina que mueve el viento mientras algo sucede dentro de la habitación, el monólogo de Doña Rosita a cargo de Aitana Sánchez-Gijón, determinado encuentro entre Penélope y Milena, el rostro y la historia de tres minutos de Julieta Serrano...) que culminan en un final difícil de olvidar a la salida del cine. Un final que hay que asimilar y digerir. Aliviarse para pasar página. Ponerse en la piel del otro. Respetar el silencio, los silencios. Y, sobre todo, la dignidad. Esa dignidad a cara lavada que impresiona y apabulla en su rotunda y demoledora belleza. 
Una de sus grandes películas. 

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