martes, 20 de julio de 2021

Vacuna

Doy las gracias, faltaría más, a la sanidad pública porque somos afortunados y justo es reconocerlo tantas veces como sea necesario. Tenemos acceso a las vacunas que nos protegen de ese dichoso virus que, al hilo de los nuevos datos pandémicos, resulta ya más cargante que aquel alien que atormentaba a la pobre Sigourney. Que, dicho sea de paso, lucía tan esplendorosa con aquellas minúsculas bragas como en el cartel del festival de San Sebastián de este año. La Weaver ya tiene el Donostia, pero, como a Glenn, le falta el Oscar. A ver si alguien nos escucha (ilusos) y convertimos a estas mujeres en trending topic antes del juicio final. Agradecimiento total al personal sanitario que tanto esfuerzo está realizando. Todo homenaje se queda corto. Mi aplauso, y poca cosa es ya, a ese sanitario que le dijo a un tipo en el metro que se pusiese la mascarilla y casi pierde la vista tras recibir varias agresiones del tipo en cuestión. Apunte: ¿no se deberían controlar más esta clase de situaciones, tan cansinas ya como el propio virus? 

Ya estoy ahí, saliendo del recinto hospitalario, con la segunda dosis de la vacuna (Moderna) puesta. La vida está llena de problemas que se añaden a otros problemas (me los voy a callar todos), pero luce el sol y estoy bien acompañado. No voy a la playa porque sol y vacuna puede que no sea una buena combinación. No voy a beber cerveza por el mismo motivo. No pasa nada. Tengo la pauta completa. Soy afortunado en este sentido. Me siento en un rincón a la sombra. Leo. Damos un largo paseo. Entro en una librería y echo un vistazo a las memorias de Tove Ditlevsen, que hoy reseña Elvira Lindo en Babelia. Las compraré en cuanto pueda, pienso. Dejo pasar las horas con tranquilidad. Nada. Ningún efecto secundario. A las diez de la noche, casi doce horas después de ser vacunado, todo está en orden. Ni siquiera estoy cansado. 
Alrededor de las once y media, poco después de acostarme, comienza la fiesta. Sudores, escalofríos, dolor de cabeza, garganta reseca... Treinta y ocho y medio de fiebre. Tomo el paracetamol indicado. En Radio 5, al fondo, un chico canta a capella una canción de la Jurado. Es lo último que escucho antes de quedarme dormido. Me duermo y me despierto, voy y vengo, sueño cosas raras, bebo agua. Me duele todo el cuerpo. Paso una noche infernal. El día no resulta mucho mejor. Intento entretenerme con alguna serie. Intento juntar palabras en la cabeza para escribir algo sobre la Bardem. Intento contestar algunos wasaps. Intento leer un poema de Louise Glück (siempre me tranquilizan sus palabras). Me quedo dormido. Me despierto. La fiebre sube y baja. Más paracetamoles. Muchos botellines de agua. El impacto sigue ahí. Qué sensaciones tan desagradables. Me quedo dormido, finalmente.
Me despierto a las siete de la mañana. No tengo fiebre. Tengo el cuerpo algo cansado, pero ya ha pasado todo. Bebo café. Abro la ventana. Escribo sobre la Bardem. Salgo a pasear. El mundo sigue en movimiento.   

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