Nos encontrábamos por las redes sociales, de madrugada. Cuando casi todo el mundo dormía (y otros, silenciosos, vigilaban) y el último borracho, ya de retirada, vociferaba por las calles. Él publicaba sus escritos y yo los míos. Nos leíamos. Si algo le gustaba especialmente, te lo hacía saber. Nos unía el amor por Rosa Chacel (escritora a la que reivindicó con pasión), el recuerdo de un Oviedo sin decadencias y los cines ya desaparecidos. Allí, en aquellas salas, tanto tiempo atrás, nos encontrábamos de vez en cuando en la última sesión. Para mí, entonces, era el profesor que había tenido en no sé qué curso ya. Poco después, descubriría la magnitud de su sabiduría: los artículos, los libros, el posicionamiento siempre sosegado... Esas maneras de estar en el mundo que nos definen.
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