Era una pareja extraña. Un hombre y una mujer. Unos cincuenta años mal llevados. Se parecían. Por eso pensé en un primer momento que podían ser hermanos. Luego, por algún gesto que no es propio entre hermanos, me di cuenta de que los unía otro vínculo. Se parecían como se parecen esas parejas que llevan muchos años de relación a sus espaldas. Paseaban, calle arriba y calle abajo, y fumaban constantemente. Él encendía los cigarrillos y se los pasaba a ella. Los dos los agarraban como se agarra algo que se desea mucho. El libro que estaba leyendo era interesante, pero lo dejé a un lado. Los paseos, calle arriba y abajo, de aquella extraña pareja me parecían mejor opción. ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿Hacer algo de ejercicio, matar el tiempo, dejarse acariciar las pieles ajadas por aquellos inesperados rayos de sol? También me pregunté: ¿Se puede hacer algo mejor que pasear, matar el tiempo o dejarse acariciar por unos inesperados rayos de sol en estos tiempos endemoniados y cargados de incertidumbres?
jueves, 28 de enero de 2021
Una extraña pareja
sábado, 23 de enero de 2021
Magda Szabó
Hace años, Mondadori tradujo tres obras excepcionales de la escritora húngara Magda Szabó. 'La puerta', 'La balada de Iza' y 'Calle Katalin'. A pesar de su amplia trayectoria, sólo se pueden encontrar por aquí esas tres y otra, formidable también, publicada hace poco por Minúscula, 'El corzo'.
jueves, 21 de enero de 2021
Mucho más que un profesor
Nos encontrábamos por las redes sociales, de madrugada. Cuando casi todo el mundo dormía (y otros, silenciosos, vigilaban) y el último borracho, ya de retirada, vociferaba por las calles. Él publicaba sus escritos y yo los míos. Nos leíamos. Si algo le gustaba especialmente, te lo hacía saber. Nos unía el amor por Rosa Chacel (escritora a la que reivindicó con pasión), el recuerdo de un Oviedo sin decadencias y los cines ya desaparecidos. Allí, en aquellas salas, tanto tiempo atrás, nos encontrábamos de vez en cuando en la última sesión. Para mí, entonces, era el profesor que había tenido en no sé qué curso ya. Poco después, descubriría la magnitud de su sabiduría: los artículos, los libros, el posicionamiento siempre sosegado... Esas maneras de estar en el mundo que nos definen.
sábado, 16 de enero de 2021
Un toque de distinción
Cuando íbamos por el Urban o el Riscal -dos coctelerías cuyo estilo te transportaba a otras ciudades, dejando atrás cualquier rastro de provincianismo-, podías verla caminando entre las mesas, retocando algún detalle, ordenando unas flores o el plato de los limones, saludando a clientes y amigos. Se movía de esa manera en la que se mueven las personas especiales, que sobresalen y destacan del resto sin proponérselo. Ese don que se tiene o no se tiene, que es innato, que no se puede comprar. Sus ropas siempre negras contrastaban con su pelo de un rubio intenso. Algún detalle -un pañuelo en el cuello, un anillo o una pulsera, unos playeros, una cazadora...- rompía la monotonía del negro, añadiendo un toque especial y glamuroso. Un toque de distinción, como decía el título de aquella película de los 70 protagonizada por Glenda Jackson. Eso era. No le demos más vueltas.
martes, 12 de enero de 2021
La enfermedad y sus alrededores
La enfermedad y sus metáforas, escribió Susan Sontag. La enfermedad y sus alrededores, podríamos decir tras leer la novela con la que Bárbara Blasco ganó el último Premio Tusquets, 'Dicen los síntomas'. El ambiente de los hospitales: lo púdico y lo impúdico, los contrastes, las arterias de los edificios y las de los cuerpos, el olor a limpio y el olor nauseabundo, el paisaje desolado de las dolencias (o de los síntomas) y ese otro paisaje que conforman un cuadrado minúsculo de césped y un cielo despejado que vienen a ser una especie de corriente de aire fresco en medio de la devastación. La relación entre médicos y pacientes, entre pacientes y familiares, entre unos familiares y otros. Todo ese barullo, todos esos dimes y diretes, todos esos cansancios físicos y mentales. Todo ese trasiego, ese entrar y salir, llorar y reír, aguantarse las ganas de gritar, de beber o de estampar contra la pared la desesperanza o los platos de insípida comida. La vida que está dentro, tambaleándose, y la que está al otro lado, esa incógnita constante. Ahí se encuentra Virginia, entre esos dos mundos, entre ese frío y ese calor, agarrándose a la parte menos afilada con la que siempre ataca la enfermedad, y a la ironía, qué remedio. Con su pasado a cuestas (¿y quién no?) y sus ansias, pese a todo, de futuro. La relación con el padre, ahora ya en alguna otra parte, y con la madre y la hermana. Y los amantes. El equilibrio entre resquemores, secretos, silencios y sentimientos positivos o contradictorios. Positivos y contradictorios. La relación con el compañero de habitación del padre (qué acierto, esa fragilidad). Y las consecuencias posteriores a esos días de hospital. La vida que se agota. La vida por delante, aún. Siendo muy conscientes ya de que la perfección (como algunos síntomas) no existe. La vida por delante, sí. El afán por atraparla. Lo que queda.
Ese afán por la vida. Lo que queda también después de leer esta hermosa, reconfortante novela.
miércoles, 6 de enero de 2021
Quítate esos pájaros de la cabeza
De adolescente, aunque ya escribía algunas cosas, quería ser director de cine. "Ponte a estudiar y quítate esos pájaros de la cabeza", sentenció un día mi padre tras escucharme hablar del asunto. Hoy he soñado con ello, con dirigir una película, como un regalo tardío y fantasmagórico de la noche de reyes. En el sueño, me veía con la edad y el aspecto actuales. Rodaba el principio de la película. Sólo eso. Lo rodaba varias veces. Se trataba del comienzo de la historia. Tres actrices -Faye Danaway, Bette Davis y Joan Crawford, vestidas elegantemente y con la edad que tendrían en los 70- tenían que subir unas escaleras, mover un telón y salir a un escenario. Muy Cassavetes, ya. Detrás de ellas, aparecían otras tres (¿'Tres mujeres altas', de Edward Albee?): Elizabeth Taylor, Audrey Hepburn y una jovencísima Victoria Abril. Aunque se las veía a todas en esa secuencia repetida numerosas veces, era Faye, con el pelo recogido y ataviada con una especie de túnica oscura que dejaba sus hombros al descubierto, la encargada de mover aquel pesado telón, tras subir las escaleras, como si moviese una pluma. Y lo hacía, como no podía ser de otro modo, con estilo y elegancia. Al final, todo salía bien. La mano de Faye conseguía el efecto deseado y empezaba algo que en el sueño se quedaba ahí. Bette Davis fumaba como de costumbre y nadie se atrevía a impedírselo.
domingo, 3 de enero de 2021
El padre
- La interpretación de Anthony Hopkins -cada gesto, cada palabra, cada movimiento- es antológica. Será difícil olvidarla.
- Olivia Colman, en un segundo y destacado plano, despliega sabiduría, matices y contención. Su carrera es, desde hace tiempo, impecable.
- La película es correcta. Si fuera algo más que eso, Hopkins seguiría siendo la figura central del asunto.
- La cultura es segura, tomando siempre las medidas exigidas. Si dejamos de ir al cine (ayer, en la primera sesión, éramos tres personas), acabarán cerrándolos definitivamente. Y las plataformas están muy bien, y a todo el mundo nos gustan, pero el cine sigue siendo el cine.