jueves, 19 de marzo de 2020

Valentina

Me imagino a Valentina, la mujer que ayer limpiaba la tribuna en el Congreso cada vez que subía un político a compartir su discurso, de regreso a casa. Y me la imagino -en el metro, en el autobús, caminando- satisfecha, quizá un poco eufórica, cansada sin duda, por el aplauso recibido. Un aplauso siempre es un reconocimiento a la labor bien hecha. Como el que reciben las actrices de teatro después de una gloriosa interpretación. Me la imagino, digo, satisfecha porque su más que necesaria labor tuvo con el aplauso su justo reconocimiento. No siempre pasa, no siempre reconocemos los trabajos imprescindibles de quienes en momentos tan tremendos como éste (o no tan tremendos) están ahí, dándolo todo. No, no siempre ocurre, por mucho que ahora, aterrados y cansados como estamos, salgamos todas las noches a las ventanas para dar las gracias al personal sanitario.
Me imagino a Valentina, ya en casa, tratando de atrapar el sueño con el sonido de ese aplauso aún en los oídos, como en esos días en los que las cosas nos han salido bien. 
Y esas imágenes, todas ellas, me reconfortan. 

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