No somos verdaderamente conscientes de que vamos envejeciendo hasta que la zarpa de alguna enfermedad se clava en nosotros o en los seres a los amamos. Hay otras zarpas pero no son tan contundentes como esa. Entre tanto, continuamos el viaje: siempre extraño. Y recordamos aquel tiempo en el que la noche no tenía fin y bailábamos hasta sentir el cansancio por todo el cuerpo. Era -es necesario apuntar esto- un cansancio reconfortante. Ahora los cansancios ya son de otra manera, y está bien que así sea. Bailábamos (y cantábamos: con mala voz o con voz quebrada) 'La chica de ayer' como si no hubiera un mañana. O como si desconociésemos el significado de esa expresión. Anda, pon aquí la última copa, que todavía es temprano. Todavía era temprano aunque nadie mirase el reloj. Los relojes se deshacían, como en aquel cuadro de Dalí. Pero eso sólo era un espejismo, una figuración: los relojes siempre están alerta. Y se imponen sobre los calendarios, arrasándolos.
Hemos llegado hasta aquí, desafiando los zarpazos (los de las enfermedades y los otros), y eso es lo importante. No te voy a mentir, Antonio: todavía seguimos buscando el sitio de nuestro recreo. Creo intuir que en esa búsqueda está la clave de todo, pero tampoco estoy muy seguro.
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