Incluso en sus años de mayor esplendor, en esas fotografías en las que se la puede considerar indiscutiblemente uno de los rostros más hermosos de la historia del cine, hay un halo de tristeza alrededor de sus ojos que parece indicar que, pese a la belleza y los buenos tiempos, los amores y los focos, el glamour y la fama, los premios y los directores importantes, las cosas nunca fueron del todo bien. Laura Antonelli sostiene un cigarrillo, sonríe pícaramente a la cámara, muestra al desnudo sus piernas o casi todo su espléndido pecho, desliza la mirada hacia Jean Paul Belmondo o hacia cualquier otro tipo con la misma clase que ella, o su elegante figura se eleva en medio de miles de flashes en el festival de cine más importante del mundo, pero la tristeza sigue ahí, permanece. Casi la misma tristeza que tienen esos ojos, hundidos en un rostro tan hinchado y deformado como el resto de su cuerpo, que se ve en sus últimas fotografías. Las fotografías de una mujer arrasada por completo por la vida. La depresión, las drogas, los engaños, la ingenuidad, la fragilidad, la suerte, las malas decisiones (o las buenas, quién sabe), la pobreza, el olvido, la locura... Y la tristeza, ya presente en aquellas fotografías de los primeros años. Esa tristeza que te vuelve vulnerable, que te aísla, que irremediablemente te acaba traicionando. La finísima línea que separa la cordura de la locura. Los complicados entresijos de la mente humana. La indefensión. Finalmente, al margen de otras consideraciones, la tristeza termina ganando la batalla. No suele haber escapatoria. No, no la hay.
Resulta casi espeluznante ver las fotografías de los años dorados -el pelo ondulado, el rostro perfectamente maquillado, la ropa cara, la elegancia, la clase, el estilo...- e imaginar a esa misma mujer, años más tarde, encerrada en su casa, rodeada de pobreza, con la televisión siempre apagada, escuchando programas religiosos por la radio, queriendo huir de todo. Posiblemente, de sí misma -de aquel fantasma, de aquellos fantasmas: el tiempo convertido ya en fantasmas, irremediablemente-, la primera. Conmueve y espeluzna, como digo, pensar en esas dos imágenes. En los años que las separan: en todo lo ocurrido entre medias. Quizá lo único que reconforta es pensar que, por fin, haya encontrado cierto sosiego. Que la tristeza haya dejado de ser aquella especie de condena que ni la intensa belleza de su rostro -los ojos de Laura Antonelli- podía ocultar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario