Las tablas del teatro: allí donde al intérprete no se le permiten filtros ni máscaras, donde la verdadera dimensión de su talento aflora. Ahí es donde coloca Alejandro González Iñárritu a su protagonista en "Birdman", un Michael Keaton, que gravita sobre sí mismo y su pasado en el cine comercial, y que, desnudo y con múltiples arrugas, sin complejos, cirugías ni cortapisas, realiza el mejor trabajo de su carrera hasta el momento. Le lloverán (merecidamente) los premios. No hay filtros. No hay medias tintas (como en el resto de la filmografía de Iñárritu). Hay miedos, inseguridades, temblores. Hay pánico, incluso. El actor ante un público exigente, en los míticos teatros de Broadway, a punto de estrenar la adaptación de un cuento de Raymond Carver, uno de aquellos textos donde el escritor se dejaba el talento y el hígado. Como allí, sobre las tablas, estaba el personaje de Gena Rowlands en "Opening night", la gran película de John Cassavetes. También había miedos, inseguridades, temblores. Y pánico, desde luego. El paso del tiempo, el miedo a envejecer, a observar el rostro en el espejo. Ése era el drama. Uno de ellos. Como también lo era en "All about Eve" (Bette Davis arriesgando todo lo que tenía, su inmenso talento, al servicio de un personaje no demasiado alejado de ella, cuando la carrera emprendía su inevitable declive), y, en cierta medida, lo es aquí. El miedo a no estar a la altura. Y la voz del pajarraco que este actor interpretó en el pasado (como el propio Keaton interpretó a "Batman", no lo olvidemos) graznando las verdades que, a punto de estrenarse la obra de teatro, el actor no desea escuchar. Las verdades van aflorando, una detrás de otra, y no sólo las que suelta el pajarraco al que dio vida en el pasado, según se acerca el estreno. Las verdades que salen de la boca de la que fue su mujer, de la boca de su hija (maravillosa Emma Stone), incluso las que suelta la despiadada crítica, una Lindsay Duncan a la que le bastan siete minutos para componer un personaje que no se olvida fácilmente (la sombra de George Sanders, también desde "All about Eve", es alargada).
A decir verdad, todos los actores están espléndidos en sus respectivos papeles. Pero cuando aparece Edward Norton (sobre el escenario o fuera de él) saltan todas las chispas, ya esté acompañado por el propio Keaton (la cámara nunca deja de seguirle) o por la Stone (¡esas memorables escenas en la azotea del teatro!). No es nuevo el talento de Norton, pero aquí demuestra que los años le están sentando estupendamente.
Intensa, cómica, dramática, vibrante, trepidante, incluso a ratos frenética, "Birdman" supone un paso adelante en la carrera de su director. Y es una de esas películas que hacen que amemos aún más el teatro. A pesar de las crisis, de las ansiedades, de los temblores, de las voces de los múltiples pajarracos, de lo que se esconde entre bastidores. O precisamente por todo ello.
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