lunes, 18 de noviembre de 2024

La literatura de Àlvaro Pombo

Lo sé desde mis tiempos de librero: Álvaro Pombo no es un escritor para todos los gustos. Por mucho que mi entusiasmo se empeñara, incluso con lectores y lectoras de buen nivel, no había manera: lo intentaban con mi encendida recomendación, pero no repetían. El mundo de la literatura es complejo y cada cual, evidentemente, tiene sus gustos. La labor del librero es mostrar su entusiasmo, pero no insistir si la cosa no funciona. Supongo que Pombo, como tantos otros creadores de primer orden, es uno de esos autores que si lo amas lo amas mucho y si no, poca cosa o apenas nada. Yo guardaba silencio y pensaba: ustedes se lo pierden, qué le vamos a hacer, mientras aguardaba impaciente la nueva novela del santanderino. Pombo tiene novelas deslumbrantes. 'El metro del platino iridiado', 'La cuadratura del círculo', 'Donde las mujeres', 'El cielo raso', 'Contra natura' o 'Santander, 1936'. Y otras que, un punto por debajo de ese nivel, están repletas de hallazgos y alta literatura. Pienso en el resto de las publicadas por Anagrama y las publicadas por Destino (de estas me quedaría con 'La transformación de Johanna Sansileri'), incluyendo 'La fortuna de Matilde Turpin', ese Planeta que casi nadie reivindica cuando se hacen listas de los mejores libros con ese premio. O los 'Cuentos sobre la falta de sustancia', 'Ocho cuentos de azufre', 'Cuentos reciclados' o los jugosos perfiles reunidos en 'Alrededores'. Sin olvidarnos de su poesía. Nadie escribe como Pombo y me arriesgaría a decir que, a diferencia de otros escritores (Umbral, por ejemplo: imitado, con mayor o menor fortuna, hasta la saciedad), nadie se atreve a imitarlo. Su escritura, por tanto, es única. Un escritor inmenso que hace tiempo que se merecía el Cervantes. Mientras tanto, si alguien quiere conocer su particular mundo, aparte de las mencionadas, ya está en las librerías su nueva novela, la magnífica 'El exclaustrado'

domingo, 17 de noviembre de 2024

La espera

Todo es sucio, doloroso y oscuro, pese al sol y al calor infernal. Todo, a raíz de un suceso que conviene no desvelar. Lo costumbrista da paso a una serie de acontecimientos cercanos al terror, la maldad y la brujería. Y en ese proceso -muy bien interpretado por Víctor Clavijo- está lo más interesante de la película de F. Javier Gutiérrez. Siempre es un placer ver a Ruth Díaz, aunque sea en un pequeño papel. Y a Pedro Casablanc, Manuel Morón y Luis Callejo.

Está en Filmin.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Opening night

Ayer se cumplieron nueve años de la entrega del Oscar honorífico a Gena Rowlands. Como particular homenaje, me puse a ver de nuevo 'Opening night'. No importa las veces que veas la película: Gena Rowlands deslumbra en cada fotograma por su belleza y, sobre todo, por su inmenso talento. Deslumbra aún más, en mi opinión, que en 'Una mujer bajo la influencia', y eso ya es decirlo todo. John Cassavetes, siendo un director tan innovador y moderno, se ha convertido en un clásico. Y Ben Gazzara, como de costumbre, no se queda atrás en ningún momento. 

Qué legado tan impresionante.  

domingo, 10 de noviembre de 2024

Siluetas pensantes

'Siluetas pensantes', el nuevo libro de Ernesto Calabuig, es una especie de diálogo con sus alumnos en las clases que imparte de Filosofía que, negro sobre blanco, se convierte en diálogo con el lector. Diálogo donde las preguntas ocupan un lugar destacado, y esas preguntas, como afirma el escritor, son base fundamental de la esperanza. Mientras alguien se haga preguntas, las que sean, habrá esperanza en medio de este caos que nos está tocando vivir. ¿Acaso el caos no estuvo siempre presente en cada época de la historia? He ahí otra pregunta. Sin embargo, siguiendo cierta tendencia actual, preocupa más el aquí y ahora que todo lo anterior. O quizá se trate de que tanto embrollo y extrañeza nos incapaciten para echar la vista atrás. Aunque, en ocasiones, Calabuig en el libro lo hace, echa la vista atrás, consciente de que las encrucijadas y contradicciones siempre estuvieron presentes en cualquier época. No estamos solos, pese a lo que se puede deducir de los tiempos de aislamiento en los que vivimos, estos tiempos en los que cada uno va a lo suyo sin importarle demasiado lo que sucede a quienes le rodean, más allá, eso sí, de los mundos virtuales, donde todo parece cocerse a gran velocidad y lo de hoy deja de tener importancia mañana. Pero, en el fondo, no es cierto: no estamos solos, ahí están los que pensaron y escribieron antes que nosotros. Y también los que se hicieron preguntas. ¿Qué preguntas? Las que fueran. Quizá, en un momento dado, las mismas que podemos hacernos nosotros a día de hoy, en este mismo instante. Vuelven las preguntas. Vuelve, por tanto, la esperanza. No todo está perdido. Y así se recupera el afán por seguir adelante, por encontrarle un sentido a la propia existencia, conscientes -no puede ser de otro modo- de la fugacidad del asunto. 

Ah, la fugacidad, siempre presente en la literatura de Ernesto Calabuig. Recordemos los tres extraordinarios libros de relatos que componen su 'Trilogía de la fugacidad': 'La playa y el tiempo', ' 'Frágiles humanos' y 'Todo tan fugaz'. La fugacidad, siempre presente y siempre implacable. Escribe Calabuig aquí: "Qué bien acompañan y reflejan los verbos nuestra existencia: somos, seremos... éramos... y fuimos". Sobran más definiciones. 
El diálogo va y viene (por eso podemos abrir el libro por cualquier página y dejarnos llevar), y la reflexión siempre está presente. Y la serenidad. Y ambos conceptos, reflexión y serenidad, ayudan a comprender mejor, a regresar a lo pensado, a darle vueltas y también a gozar de este presente que huye a toda velocidad (hoy ya es mañana). Sí, el libro también desprende esa vitalidad -pese a las preguntas y a la ausencia de las mismas, llegado el caso, y conscientes en todo momento de los abismos y sus peligros- que conduce al disfrute de lo (bueno) que nos rodea, incluido sentarse en un banco a leer y tomar apuntes en un cuaderno. 
En definitiva, un libro delicioso. 

domingo, 3 de noviembre de 2024

Juego de luces

Cuando el año pasado entré en la catedral de Colonia, Alemania, encendí una vela. No soy creyente, pero era una manera de decirle a mi madre que desde aquella parte del mundo también me acordaba de ella. Más que ingenuidad, que también, era una forma como cualquier otra de agarrarse un poco más a todo esto y no enloquecer definitivamente. A veces, no importa la fecha, enciendo una vela y la coloco cerca de las fotos que tengo de ella en el estudio. Levanto la vista del libro o del ordenador y veo la luz temblorosa iluminando la sonrisa de mi madre. No estoy en paz, pero me reconforta. Y vuelvo a lo mío. O recuerdo tramos de tiempo vividos juntos. Tantos tramos. Antes de que la muerte, implacable, hiciera su trabajo.

Es domingo, 3 de noviembre, y acabo de leer el periódico. Todas esas imágenes y palabras acerca de la tragedia de tanta gente. Tanto dolor, tanta impotencia, tanta suciedad. Tanto tiempo de espera. No hay suficientes palabras. Sólo los actos de solidaridad voluntaria -y algunas voces de la radio- pueden reconciliarte un poco con ese dolor. Y, antes de ponerme a escribir y huir a otros mundos, enciendo dos velas. La casa está fría. Un rayo de sol ilumina la madera del suelo. Me quedo un rato ensismismado observando esa luz. Ese juego de luces. En silencio.

martes, 29 de octubre de 2024

Como un personaje de Ray Liotta

A mi madre le encantaban los dulces. Todos los dulces, sin excepción. Quizá los de chocolate eran los que menos le gustaban. Prefería el chocolate blanco al negro, los milhojas de crema a los de merengue, los helados de bola a los de corte. Por lo demás, todo le iba bien. Mejor dicho: mal. Los medicamentos que tomaba para su enfermedad ya le subían bastante el azúcar y tenía que tenerla constantemente controlada. A veces, hacía una excepción. ¿Qué sería de nuestras vidas sin esas excepciones? Algo mucho más triste, sin duda. Cuando llegaban estas fechas, finales de octubre, y todos los supermercados se llenaban de los característicos dulces navideños, se le hacía la boca agua. El turrón y los mazapanes. El turrón blando y esos mazapanes que tienen forma de animales o algo así. Rama dura, vaya. Le gustaban más en esta época que durante los propios días navideños. Caía en la tentación, sin pasarse. Compraba tímidamente, con miedo. Mamá, le decía, con cuidado. Vete con cuidado. Como me decía ella cuando yo era joven y salía por las noches o cuando nos íbamos de viaje al extranjero. Advertencias de madre, advertencias de hijo. Todo el día hay que ir por la vida con advertencias. No vaya a ser que. 

Ayer, escogiendo fruta en el supermercado, descubrí toda la variedad de esos dulces navideños. Cajas y más cajas. Qué pesadilla. Qué empalago. Casi me mareo, casi me sube el azúcar con solo mirar todo aquello. Me hubiese gustado ser un personaje de Ray Liotta y tirar todas aquellas cajas al infierno con una sola mano y salir del supermercado con chulería y atractivo. Como el malo de la clase con 53 años. Lejos de eso, bajé la cabeza mientras metía las manzanas en la bolsa para que las pesasen en la caja y me puse las gafas de sol para que nadie me viese los ojos. 

lunes, 28 de octubre de 2024

La sustancia

No suelo escribir de las películas que no me gustan, pero como no hay cosa que me moleste más que perder el tiempo y, de paso, el dinero, hoy toca decirlo: no me ha gustado nada 'La sustancia'. Burda, tosca, sin rastro de sutileza. Eso es, precisamente, lo que más me ha molestado: la falta de sutileza. Como un desatado Brian de Palma sin gota de gracia (cuando Brian de Palma se desata tiene esa gracia setentera/ochentera con la que, por los menos, te ríes, algo es algo). ¿Es necesario todo ese desagradable gore -gore y más gore- para denunciar la injusticia de las actrices cuando llegan a determinada edad? Hay otras maneras, otras formas, otros caminos. Recordemos la brillantez e inteligencia de John Cassavetes para abordar el mismo tema en la imprescindible 'Opening night'. No entiendo tampoco el revuelo por Demi Moore, que está correcta y punto. Margaret Qualley sale airosa del asunto, y Dennis Quaid con sus asquerosos dientes y su asquerosa grosería parece un personaje de 'Pobres criaturas', la peli de Yorgos Lanthimos.

No llega al nivel de aquel infumable tostón de una chica que se lo montaba con coches y tenía un hijo metalizado como un Ford Fiesta, pero casi. Lástima