domingo, 24 de marzo de 2024

Domingo de Ramos

Salgo de casa después de estar varios días sin poder hacerlo a causa de estos delicados huesos. El paisaje del norte es precioso, sí, pero la humedad arrasa con todo. Camino despacio. Me encuentro con niños y niñas que estrenan ropa y llevan en la mano palmas y ramos de laurel. La tradición, aunque ya no participes en ella, continúa. Yo soy uno de esos niños, cuarenta y tantos años atrás, de la mano de mi madre. También estreno ropa y llevo una palma en la otra mano. No sé nada de la vida aún y eso me hace sonreír. El presente, entonces, era una terraza al sol, unos padres guapos, una hermana pequeña y un aperitivo que se prolongaba más de lo habitual. No había que hacer deberes porque teníamos por delante unos cuantos días de vacaciones. Todavía no puedo volver a esas terrazas en las que, en los últimos tiempos, aquel niño ya era un hombre hecho y derecho y aquella madre, igual de guapa que entonces, necesitaba una silla de ruedas para ir de un lado a otro. Las veo de lejos, esas terrazas llenas de gente a estas horas, como el que observa una película de otro tiempo, una serie de fotografías en las que uno se reconoce de inmediato. Las fotografías han envejecido, evidentemente, pero la memoria no las ha decolorado. Buscamos un lugar más tranquilo, menos transitado. Pido un café con leche (no puedo beber ni una copa de vino con las pastillas que me han recetado) y dejo que el sol, aunque sea por un rato, intente ser más poderoso que toda esa humedad. 

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