La amistad, la lealtad, el amor, el deseo. Sobre todo, eso: el amor y el deseo. El amor y el deseo. Qué vivo todo ello. Sale de la pantalla, nos alcanza. A flor de piel. Dos hombres. Dos vaqueros. Quizá no importa demasiado eso para el amor, para el deseo. Para el sudor. Para lo fundamental. Aquí y ahora. Ahora y aquí. Dos hombres. Dos seres humanos que se anhelan, se acarician, se besan, se muerden, se necesitan. Dos hombres (brutales Pedro Pascal y Ethan Hawke, qué voz, qué voces: el deseo maduro y el anterior). Y los reproches, y después... Esos sentimientos encontrados. Esas pieles. Ese sudor. Esas miradas. Ese fulgor a flor de piel. Saltan las chispas, las lágrimas, las incertidumbres, las necesidades. El deseo, una vez más. El deseo, siempre. Dos hombres enfrentándose a él. Sin miedo, sin tapujos, sin demasiadas vueltas, sin recovecos. El deseo, sin más vueltas. El deseo y el amor. El amor pleno. Qué vivo todo ello. Antes y después. Aquí. Ahí. En la pantalla. Con ese anhelo, con ese sudor, con esos recovecos. Con todas las circunstancias. Media hora de película que podría ser más. Que resulta lo apropiado. Media hora redonda. Ese principio, ese final. Ese rotundo flashback (vivísimo). Tan rompedor todo (la homosexualidad), tan clásico todo (cada plano). Cine en estado puro. Emoción en estado puro. Un cineasta en plenas facultades. Queremos más. Necesitamos saber más. Sabemos lo suficiente, con todo, es cierto. Y así traspasamos el deseo, lo atrapamos. Ahí. Aquí. Extraña forma de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario