Una de las cosas que más he echado de menos durante este periodo de confinamiento es el cine. Ir al cine. Desde hace tiempo, en esta ciudad, ir al cine supone desplazarte hasta un centro comercial que está situado a varios kilómetros de nuestra casa. Ya no hay ningún cine en la ciudad. No importa (sí importa). Es lo que hay y, como tantas otras cosas, debemos asumirlo, qué remedio. El caso, que allá vamos, casi todas las semanas, siempre a la primera sesión, saliendo de casa una hora y media antes de que empiece la película porque hacemos el recorrido caminando (a partir de ahora, después de tanto sedentarismo, con más razón). Tiene algo de aventura. Y eso añade más emoción a la cosa. Aquella lejana emoción de los primeros cines. Las luces que se apagaban, la historia que daba comienzo... Esa sensación que implica formar parte de otros mundos, alejarte de la realidad por un par de horas.
No puedo evitar, hablando de cine, el recuerdo de mi amiga Loli: la última conversación que tuvimos, donde apareció -como siempre- el tema, nuestra pasión por los clásicos, las tardes de cine que compartimos, las charlas posteriores... Cómo te sigo echando de menos, amiga.
Estoy deseando volver al cine. No sé qué película será la primera que veamos después de todo esto. Quizá sea una española (la última, antes de todo esto, fue 'Invisibles', de Gracia Querejeta: ¡qué tres actrices!). Da igual. Sé que allí, cuando las luces se apaguen, no voy a tener miedo. Como entonces. De eso estoy seguro.
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