Estamos todos hasta los cojones. O hasta los ovarios, que nadie se sienta fuera de lugar. El hartazgo, como el amor, no conoce de sexos. Y tenemos derecho a patalear y al pim pam pum. O sea, a disparar (metafóricamente, claro, que hoy conviene aclararlo todo, no vaya a ser) contra el candidato que menos nos guste. Contra los que menos nos gusten. Contra todos ellos, en realidad, si somos serios y sinceros, que eso de que aquí dos no discuten si uno no quiere es tan sagrado como el pan (que mucha gente no tiene para llevarse a la boca, por cierto: esas pequeñas cosas, pelillos a la mar, menudencias). Disparar nuestra ira, nuestro cansancio, nuestro monumental enfado. Patalear. Gritar. Desahogarse. Que si Pedro, que si Pablo, que si Pablo, que si Albert. En casa, en las redes sociales, en los bares... Cuidado aquí, que el vino (en exceso) es muy malo y terminamos tirando de la coleta (no va con segundas, ojo) al otro, y el del chigre tampoco tiene la culpa ni ganas de más rollos, que, como todos, bastante tiene con lo que tiene: llegar a fin de mes.
Bien. Ya estamos todos desahogados. Hasta los cojones o hasta los ovarios, que ese cabreo no nos lo va a quitar nadie, pero desahogados. Ahora lo que procede es ir a votar de nuevo. A nadie le apetece y todo el mundo está temblando por si lo llaman para una mesa electoral, ya lo sé. Pero es lo que hay: nadie dijo que la democracia fuese perfecta. La dibujaron así, que diría Jessica Rabbit de sí misma con la turbia voz de Kathleen Turner. Y aun así, en su imperfección, es lo mejor que nos puede pasar. No lo olvidemos. Lo demás son dictaduras, disparos (reales, esta vez) y órdenes al grito de aquel inolvidable "se sienten, coño". Conocemos la historia. Y si sus hijos no la conocen, toca ponerse a explicar. Como toca explicar a las hijas, si no se ha hecho ya, que durante la dictadura las mujeres estuvieron anuladas y las minorías acribilladas. Por eso, porque conocemos la historia (incluso algunos vivimos una fea parte de la misma), mejor tratar de no olvidarla.
Es lo que queda, demostrar responsabilidad e ir a votar, con buena cara o mala cara, con dos Martinis o con tres, con alegría o maldiciendo por lo bajo, pero votar. Eso sí, la campaña electoral no es necesario seguirla. Como los diálogos de nuestras películas favoritas, nos la sabemos de memoria.
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