De una de las viviendas del edificio de enfrente, como sucede otros domingos, llega la inconfundible música de 'El Padrino' y le añade a la tarde un nuevo e inevitable aire de melancolía. Tardes de cine, noches de cine, madrugadas de cine. Historias que hacían más llevadero aquel camino que no sabíamos muy bien hacia dónde nos llevaría. No pienso hoy en los amigos que me han decepcionado o se han muerto (esto último es mentira: en los que se han muerto pienso todos los días). No pienso en otras circunstancias adversas. No pienso tampoco en el futuro. ¿Para qué? El destino siempre es más contundente que cualquier pensamiento. Pienso, mientras esa música fluye de una ventana desconocida a la mía, en aquellos momentos, en el interior de un cine o en la penumbra del salón de la casa de mis padres, sintiéndome el hombre más solo del mundo y también el más feliz, no hay queja. Tardes, noches, madrugadas. Todo eso que forma parte de mi equipaje (como esa música que continúa sonando y que trae a mi cabeza multitud de imágenes). Ahora que el equipaje es memoria (buena memoria, cierto) y poco más.
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