Aunque no lo parezca, hoy se cumplen veintidós años de la muerte de Marguerite Duras. Y no lo parece porque su obra sigue vigente y al alcance de la mano para aliviar heridas o sobrellevar insomnios. He leído tantas veces sus libros que me sé de memoria unos cuantos párrafos. Y sigue reconfortando, a una u otra hora del día o de la noche, abrir uno de sus libros por cualquier página y leer sus palabras. Palabras, a veces, como aullidos, como voces que flotasen por toda la casa. Palabras, otras veces, tan necesarias como los silencios. Y los propios silencios: tan característicos en toda su obra. Creo que madurar (envejecer) consiste en aprender a convivir con esos silencios.
En este momento de la mañana de sábado, entre el café y el paseo, en el que los relojes nos dan una levísima tregua, ella de nuevo, Marguerite Duras. La Duras. Como aquel momento en el que la descubrimos por primera vez y aquel otro en el que nos enteramos de que su cuerpo -tan frágil ya- abandonaba esta tierra.
geniales tus comentarios....siempre!!!
ResponderEliminargeniales tus comentarios!!! Siempre. Gracias
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