Hemos estado en muchas habitaciones de hotel.
En ninguna como aquélla.
San Francisco, fuera de las postales.
Casi a un palmo de aquella cristalera,
los turistas y los mendigos,
los tranvías y las banderas
de aquel arco iris que ahorcó
a Judy Garland.
Una china fotografiando
el movimiento de las focas,
un negro de dos metros
(y sin zapatos)
recitando a Allen Ginsberg
y una vieja muy arrugada
desayunando cerveza helada
y un cuenco de arroz.
Ninguno llevaba flores en el pelo.
Todos estamos locos,
todos estamos cuerdos.
Hay ciudades donde no se
diferencian ambos significados.
Hay estados de ánimo que
tampoco saben hacerlo.
Al este lado de la cristalera,
desnudos y un poco borrachos,
entendimos que es el amor y
no el miedo
el que da sentido a los mapas.
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