Paso todos los días por delante de esa librería que hay entre nuestra nueva casa y la casa de mis padres. Me detengo ante su escaparate y lo observo durante un buen rato, aunque ya me lo sé de memoria. Observo a la gente que está dentro. Me acuerdo entonces de la última librería en la que trabajé, Trabe, y me entra una sensación a medio camino entre la nostalgia y la impotencia. Luego, en el local de al lado, compro un euro de bonoloto y me voy a mi nueva casa o a la de mis padres pensando que hoy sí, que hoy me tocará y podré montar mi propia librería. Con aquella misma inocencia que tenía Charity Hope, la Shirley MacLaine de `Noches en la ciudad´.
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