Hay una palabra. Una palabra que no se dice, que no se pronuncia. La última palabra. De ahí surge este libro, `La isla del padre´, un recorrido por la vida del padre y por la vida del hijo, el propio escritor, Fernando Marías. Un recorrido que se realiza después de que esa palabra, la última, no pueda pronunciarse. "Tirar junto a mi padre muerto del hilo invisible de una palabra jamás pronunciada: eso es este libro". Así lo escribe, al final de uno de los capítulos más conmovedores: el padre y el hijo en una habitación de hospital, despidiéndose. O tratando de hacerlo. De pronunciar esa palabra, la última. Que -finalmente- no se pronuncia. No se dice. La tarde se desvanece al otro lado del cristal. Los días cercanos ya al verano. La gente, después de la larga jornada de trabajo, a su aire. Comienza a redactarse este libro, merecidísimo Premio Biblioteca Breve 2015. La historia de un padre y de un hijo. Las complicidades, las aventuras. Se escribe la vida de un hombre, el padre del escritor, tras su muerte. Nunca llega a pronunciarse esa última palabra. Se busca -si acaso es necesario: ah, la curiosidad- a través de la escritura.
Está la historia de ese hombre, el padre del escritor, en el libro. Naturalmente. Y, a retazos (¡esos viajes en tren!), la del hijo que escribe. Pero, sobre todo, está el paso del tiempo. El vértigo. Las vidas que se escurren, que se escapan en un soplo, sin que seamos muy conscientes. O sólo lo somos cuando nos paramos a pensarlo. Un pensamiento que dura poco, que dejamos huir rápidamente. Temerosos, quizá, de que nos derrumbe ese vértigo al que aludo, tan intenso. De eso trata, precisamente, la última película que he visto, `Boyhood´, del paso del tiempo, y por eso hay algo en ella, en la película de Richard Linklater, que, sin contar una historia especialmente triste, la envuelve de una extraña tristeza, de una melancolía que araña.
Pero volvamos al libro de Fernando Marías. Un libro, por cierto, lleno de cine, como no podía ser de otro modo. ¡Qué bien narradas están las intervenciones de esas actrices admiradas en las lejanas misas de los primeros años de vida! Jacqueline Bisset sobre la palabra de cualquier cura. ¡Con qué rapidez se reconoce el lector cinéfilo en esos tramos! El hombro de la Monroe sobre todas las prohibiciones, sobre todos los miedos, sobre todas las capillas heladas y los discursos retrógrados. El hombro de Marilyn. Indestructible. Como la propia pasión cinéfila.
Muchos son los escritores que han narrado sobre la muerte (y la vida) de los seres más queridos. Un padre, una madre, un hijo, un amor... Hay grandes títulos, libros sobrecogedores. Citaré tres a los que vuelvo con frecuencia. `Mortal y rosa´, de Francisco Umbral. `Patrimonio´, de Philip Roth. Y `Con mi madre´, de Soledad Puértolas. Libros que hablan de la pérdida del ser querido y donde sus autores se aferran a las palabras para continuar el viaje. Lo que quede de él. Escritores traspasados por el dolor que sólo encuentran cierto sosiego en lo que están narrando. Rememorar a ese ser ya desaparecido les empuja a la escritura. Se reconoce su necesidad de contar esa historia, de que los lectores seamos partícipes de ese dolor, que, en definitiva, es el dolor que a todos, tarde o temprano, nos rondará o nos acribillará. Son libros que trascienden cualquier género y que son auténticas cúspides en la obra de esos escritores. Desde este mismo instante, finalizada ya la primera lectura del libro de Fernando Marías (libro para releer, desde luego), puedo decir que `La isla del padre´ entra a formar parte de ese grupo donde la literatura ofrece consuelo a la vida de un modo sincero, veraz, apabullante. No sé si es la mejor narración de Marías (posiblemente), sí sé que se trata de un libro que permanecerá. Como lo hace esa palabra, la última, que no llegó a pronunciarse. Y que aquí, a lo largo de estas casi trescientas páginas, está escrita.
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