Los misterios de la vida, los caprichos del azar, las palabras que no se dicen, los sentimientos que no se expresan y los secretos que se esconden detrás de cada persona que se muere. Así, para no desvelar nada de su argumento (no conviene), podríamos empezar a hablar de `Loreak´, otra de las grandes sorpresas del último cine español. Los sentimientos que se transmiten con gestos mínimos, las miradas, los silencios. Sobre todo, eso: los silencios. Tan significativos, tan determinantes. Los ojos que expresan, acompañados de esos silencios, sentimientos como el amor, el desconcierto, el enfado, la mala leche, la ira, la rabia, la impotencia, la desgana o el dolor. Con eso, a veces, es más que suficiente.
Para una película como ésta -de silencios, de miradas, de múltiples matices- era necesario un trío de actrices (las mujeres llevan el peso de esta película dirigida por Jon Garaño y José Mari Goenaga) de primer orden. Y ahí están: Itziar Aizpuru, Nagore Aranburu, Itziar Ituño. La madre, la compañera de trabajo y la mujer del hombre sobre el que gira la historia. El hombre que hace, sin pretenderlo, que la vida de estas tres mujeres se enreden y se expliquen a través de las flores y su lenguaje. El hombre que se va, dejando numerosas preguntas en cada una de ellas, misteriosos retazos de vida, enigmas tan delicados y profundos como el olor de esas flores. Ese olor que casi podemos percibir mientras vemos la película y el viento mece algunas de ellas desde el punto de la carretera donde alguien las coloca cada semana. (Las flores, en el camino). Las flores, como intermediario de esas vidas que se cruzan. Las flores, como un extraño instrumento que tocase la música que percibimos. Las flores, en definitiva, como el frágil hilo que va uniendo -finalmente- cada una de las preguntas que flotan en el aire, cada uno de los misterios que se van planteando. Las flores, acaso, para aliviar la sensación de pérdida, de fragilidad, de derrota. La sensación que deja tras de sí la idea de no volver a ver a quienes amamos, a quienes nos amaron.
Para una película como ésta -de silencios, de miradas, de múltiples matices- era necesario un trío de actrices (las mujeres llevan el peso de esta película dirigida por Jon Garaño y José Mari Goenaga) de primer orden. Y ahí están: Itziar Aizpuru, Nagore Aranburu, Itziar Ituño. La madre, la compañera de trabajo y la mujer del hombre sobre el que gira la historia. El hombre que hace, sin pretenderlo, que la vida de estas tres mujeres se enreden y se expliquen a través de las flores y su lenguaje. El hombre que se va, dejando numerosas preguntas en cada una de ellas, misteriosos retazos de vida, enigmas tan delicados y profundos como el olor de esas flores. Ese olor que casi podemos percibir mientras vemos la película y el viento mece algunas de ellas desde el punto de la carretera donde alguien las coloca cada semana. (Las flores, en el camino). Las flores, como intermediario de esas vidas que se cruzan. Las flores, como un extraño instrumento que tocase la música que percibimos. Las flores, en definitiva, como el frágil hilo que va uniendo -finalmente- cada una de las preguntas que flotan en el aire, cada uno de los misterios que se van planteando. Las flores, acaso, para aliviar la sensación de pérdida, de fragilidad, de derrota. La sensación que deja tras de sí la idea de no volver a ver a quienes amamos, a quienes nos amaron.
(No hay que perdérsela. Bajo ningún pretexto. Sé que, lamentablemente, su distribución no llega -de momento- a todas las ciudades. En Filmin, por un módico precio, ya se puede disfrutar de ella).
Absolutamente de acuerdo con tu valoración. La sensibilidad está en cada plano. Me gustó y la recomiendo.
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