A veces, de la manera más inesperada, el paso del tiempo se presenta ante nosotros de una forma rotunda, casi feroz. Como una bocanada de aire caliente y espeso que nos dejase medio aturdidos y desconcertados. No hace falta observar nuestro propio rostro en el espejo cada mañana, descubrir nuevas arrugas y dolencias o asistir al progresivo envejecimiento de nuestros padres. Con encontrarnos por la calle con alguien que hacía mucho tiempo que no veíamos es más que suficiente. Este sábado, sin ir más lejos. Íbamos caminando por la calle -contentos tras hacernos con un libro de Antonio Muñoz Molina que no teníamos, "Travesías", una recopilación de artículos que el escritor publicó en el periódico hace algunos años- y nos lo encontramos. Iba con sus padres, a los que también hacía mucho que no veíamos (ya que toda la familia estuvo viviendo algunos años fuera del país). Pablo -ahí estaba, tan cambiado, en una céntrica calle de esta ciudad-, el niño que cuidé durante varios meses cuando era apenas un recién nacido. Han pasado dieciséis años desde entonces. Se dice pronto. El paso del tiempo como una especie de vértigo, de escalofrío que recorriese nuestra espalda hasta alcanzar el cerebro. Como esa bocanada de aire caliente y espeso de la que antes hablaba. Dieciséis años. Pablo está muy delgado y es mucho más alto que yo (lo cual no es muy difícil, por otro lado) y en sus rasgos apenas se reconocen los rasgos de aquel niño gordito con el que iba de paseo por el parque o por los alrededores de su casa y al que le contaba historias mientras le daba la merienda. Ya no recuerdo qué historias le contaba: sólo recuerdo su sonrisa y su manera de comer aquella papilla de frutas y galletas maría (también, de pronto, recordé aquel olor, el de las frutas y las galletas maría), según avanzaba el relato. La sonrisa seguía siendo la misma. Sí, no había lugar a la duda. Era la misma.
Cuando llegamos a casa, me senté, abrí el libro de Muñoz Molina al azar y leí uno de los textos. En él, Antonio evocaba la figura de Raymond Carver tras ver la película de Robert Altman basada en algunos de sus cuentos, "Vidas cruzadas". También la de Edward Hopper. El texto fue escrito en 1994, hace casi veinte años. Otra vez ese vértigo, el del paso del tiempo. Recordé perfectamente la tarde en la que vi aquella película. Casi veinte años atrás y parecía que hubiese sido el mes pasado o el anterior.
Qué monótonos se hacen algunos días y, sin embargo, qué cantidad de cosas suceden en un puñado de años. Creo que sólo somos verdaderamente conscientes cuando nos ocurren historias así. Reencuentros. Lecturas que nos llevan a otras épocas, que nos evocan aquellos paisajes por los que caminamos. Películas que vimos en una solitaria tarde de cine. El cine de los viernes -siempre los viernes-, los días de los estrenos. En aquellos cines que ya no existen.
La vida y sus etapas. Esas que, de repente, una tarde cualquiera, se presentan en tu vida y te recuerdan lo implacable que es el paso del tiempo y lo efímero y frágil que es todo. Incluidos nosotros mismos.
La semana pasada fui a Pola de Lena a las fiestas. Lo último que hice con el que fue mi pareja fue ir a aquella fiesta. Al volver a casa, me dejó. Me dejó, lo dejamos, ... me da igual. Fue en 1992, desde entonces estoy sola. Tardé diez años en dejar que la cicatriz curará y darme otra oportunidad. Hoy once años después de aquel otro desengaño, sigo sola. A mi si me da vértigo ver el paso del tiempo cuando pienso en esto.
ResponderEliminarLa relación del ser humano con el tiempo es muy difícil. No nos han educado para pensar en el final del trayecto y eso nos hace olvidar muchas veces que no estamos caminando por la vida (con la posibilidad de hacer descansos), sino que estamos en un tren que no se va a detener. Creo que ninguno hemos pedido estar aquí. Y eso es lo más injusto, tenemos que aceptar la vida tal cual es, aunque no nos guste. No importa que te sientes en un rincón a esperar, o que trates de vivirla lo más plenamente que puedas (como parece estar tan de moda ahora), no importa que seas bueno o malo, o que hagas las cosas bien o mal... todo llega y todo pasa. Efímeros y frágiles. Creo que lo resumes perfectamente, Ovidio.
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