Cada uno tiene sus propias maneras de escapar de la realidad. Más aún en estos tiempos que corren y aunque sólo sea por un rato. La ventana, por ejemplo. Es una de ellas. Asomarse a la ventana. Desde las ventanas de este apartamento sólo se pueden ver las ventanas del edificio de enfrente. No es poca cosa. Hay cientos de vidas en todo ese edificio que, seguramente, merecerían una historia cada una de ellas. Pero hoy no quiero evadirme de esa manera. Prefiero evocar otras ventanas a las que me asomé a lo largo de todos estos años. Las de aquel céntrico hotel de Buenos Aires donde estuvimos hace cuatro años, si ir más lejos. Otros tiempos, que empiezan a parecer lejanos, pero que siguen perteneciéndonos. Me recuerdo allí, en la terraza de aquella habitación, contemplando buena parte de la ciudad desde aquella altura. Aún no había amanecido del todo. Como ahora, asomado a mi ventana, recordando aquella otra visión. Recuerdo que, desde allí, desde Buenos Aires, pensé en mi abuela Virginia, como hago muchas veces, casi todos los días, pese a los 24 años transcurridos desde su muerte. Pensé que aquella ciudad le hubiese gustado. La gente, las calles, los parques, los teatros... Sentarse tranquilamente en un café y observar la vida desde él, como ella, la abuela Virginia, solía hacer, asomada a la ventana de su casa o en la terraza de los cafés donde nos sentábamos cuando el buen tiempo lo permitía. Pensé en ella, sí, como pienso hoy, que se celebra el Día de la Madre, asomado a la ventana de este apartamento en el que vivimos desde hace ya más de cinco años, evocando aquella otra ventana, la del céntrico hotel de Buenos Aires. No puedo decir, como el protagonista de ´la última y espléndida novela de Anne Tyler, "El hombre que dijo adiós" (no os la perdáis), a quien se le aparece su esposa fallecida a causa de un tonto accidente doméstico, que haya visto a mi abuela después de su muerte. No llego tan lejos. Pero sí puedo decir que la siento muy cerca. Que sigue muy presente en mi vida porque la recuerdo cada día, desde Buenos Aires o desde esta misma ciudad en la que vivo y que, poco a poco, en su decadencia, se va pareciendo a aquella en sus tiempos más duros. Los locales que cierran, la falta de dinero y de expectativas, la cara de tristeza de la gente... En fin, todo eso. Todo eso de lo que hoy, Día de la Madre, no quiero hablar, aunque está ahí, muy presente. Hoy no se habla de nada de eso. Prohibido. Hoy, en casa de mis padres, se hablará de otras cosas. También de la abuela, a la que mi madre y yo evocaremos en algún momento mientras estemos sentados en una terraza, tomando el vermú, degustando lentamente el Martini servido en copa, sintiendo el sol que calienta nuestras pieles, nuestros huesos. Sé también que la recordaré cuando entre en la cocina y perciba el olor al pollo que mi madre ha guisado para comer este día. El mismo olor que muchas veces había en la casa de la abuela cuando íbamos a visitarla los sábados. Hay cosas que no desaparecerán mientras nosotros estemos vivos. Eso es lo que pienso ahora, mientras me retiro de la ventana de este apartamento y el sol ya empieza a lucir en un cielo completamente azul, sin rastro de nubes, en este día en el que mi madre aún está a mi lado (como todos los días) y en el que juntos, sin ponernos tristes, evocaremos a la suya. Sin ponernos tristes (o sólo un poco), sí, porque sabemos que ella aún está muy presente en nuestras vidas. Como sigue estando Dorothy después de muerta en la vida de su marido, el protagonista de la historia creada por Anne Tyler. No importa en qué lugar del mundo nos encontremos. Ni a las ventanas que nos asomemos.
Esa otra ventana, la de la vida, a la que nos asomamos de medio cuerpo o de soslayo, según el estado de ánimo que tengamos, es también una ventana de cielo azul, de oportunidades y de recuerdos que, efectivamente, mientras estemos vivos, perduraran con nosotros.
ResponderEliminarLas ventanas son puentes hacia otras vidas que podemos ver y sentir. Esa ventana del hotel de Buenos Aires y la ventana de la memoria que te lleva dos por tres al recuerdo de tu querida abuela. Ojalá que algún día te puedas asomar por alguna de nuestras ventanas. Un verdadero placer leerte. Un saludo desde Montevideo, Uruguay
ResponderEliminarDesde mi ventana atrapo recuerdos y veo el ir y venir del tiempo a través de mi "árbol",que marca con puntualidad exquisita las estaciones. Todos los días necesito asomarme y sentir el pulso de la vida.
ResponderEliminarA mi, a veces, me gusta simplemente mirar sin más... me gustaría ver desde la mía algún paisaje, la montaña, el mar, poder mirar sin ver,...
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