De hombres, sí, de eso va la película, "Una pistola en cada mano", de Cesc Gay. De hombres heterosexuales, básicamente. De sus historias, de sus miedos, de sus anhelos, de sus problemas, de sus necesidades, de sus angustias, de sus frustraciones. De sus ganas de hablar y de sus ganas de guardar silencio, según. De sus ganas de escuchar. De traspasar una barrera, la de los cuarenta, y descubrir que nada (o casi nada) es como se había imaginado, planeado o soñado. Hombres que buscan a mujeres, que las cargan de mentiras, que las añoran, que las maltratan, que las desean, que las hacen felices, que no las olvidan, que las engañan, que son engañados por ellas. Unos cuantos hombres que se relacionan entre sí y que, a diferencia de sus mujeres, no se cuentan sus cosas. Hombres que esconden secretos. Secretos que salen a la luz y que dejan, por tanto, de serlo. Secretos y sorpresas. Decepciones. Risas. Lágrimas. Proyectos. Silencios. Esperanzas. Inquietudes. Temores. Amistad. Sexo. Amor. Y desamor. La vida misma. Las cosas de la vida, sí. Con sus grandezas y sus miserias, como siempre. Pequeños detalles, pequeños trozos de vida. Cada historia, una vida. Sí, se trata de una película que cuenta la historia de un puñado de hombres y de algunas mujeres. Varias historias. Vidas que se cruzan. Voces que no se olvidan. Y miradas que tampoco lo hacen. Qué fantásticos están los actores que dan vida a estos hombres, todos. Eduard Fernández, Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Luis Tosar, Ricardo Darín, Eduardo Noriega, Jordi Mollá, Alberto San Juan... Y ellas, las actrices, también lo están. Qué voces y qué sabiduría las de Candeña Peña, Clara Segura, Leonor Watling y Cayetana Gullén Cuervo. Mujeres que escuchan a los hombres, que los apoyan, que los han olvidado, que les ponen las pilas, que se ríen directamente de ellos a la cara o que les dicen que que ya está bien de tanta tontería. Todos, unos y otras, merecen una nominación para los próximos Goya o para los premios que sean. Cesc Gay ha logrado un retrato perfecto de la imperfección de los hombres, de los seres humanos en general. Unos intérpretes que dan lo mejor de sí mismos. Unos diálogos magníficos. Una película notable.
Pocas cosas me gustan más que recomendar buenas películas. Películas españolas, sobre todo en estos tiempos tan difíciles para todos, incluidos también para los que hacen posible que la propia magia del cine llegue hasta nosotros. Directores, actores, técnicos, productores... Y los propios responsables de las salas de cine, que muchas -según podemos leer casi cada día- parecen estar tambaleando. Salir del cine, un sábado cualquiera, después de ver una buena película como ésta, "Una pistola en cada mano", no tiene precio. Sigue siendo una emoción única, imprescindible. Otra manera de seguir soñando. Sí, de evadirse de la realidad y de seguir soñando. De agarrarse a la vida para continuar. Por imperfectos que seamos nosotros y que sea la vida. De verlo todo de otro color, de otra manera. De la que merece la pena. Aunque sea por un rato. No conviene perdérsela.
La forma que tienes de relatarnos la película, siento como si en estos momentos acabara de salir del cine, de verla. Miro a mi alrededor y quienes me acompañan, van también pensativos, como lo voy yo, con los diálogos metidos en el corazón, con la interpretación de ese Ricardo Darín, que tanto me gusta, y por un instante fugaz, justo el mismo que tardo en darte un beso, he creído que la realidad era otra cosa. Era, mejor dicho, es, una melodía cargada de palabras que acarician.
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