miércoles, 1 de mayo de 2024

Y ahora, Paul Auster

Me levanté más temprano de lo habitual. Preparé café y, mientras lo tomaba, leí un cuento de Ottessa Moshfegh sobre una alcohólica que vive en Nueva York. Terminé el café y el cuento y me puse a escribir. Y ahora, tras abrir el periódico, Paul Auster. Y ahora, como la mayoría de los escritores que rondan mi edad, veo mi imagen con treinta años menos y un libro de Paul Auster entre las manos. Era un referente. Uno de los primeros. Aquel escritor elegante, sofisticado, cosmopolita, atractivo y un punto misterioso que se perdía en laberintos y dependía del azar. Aquel escritor que  rememoraba las calles de París y ajustaba cuentas con su padre. Aquel escritor cuyos libros hubiese subrayado en más de una ocasión si fuese una de esas personas que subrayan libros. Ahora me arrepiento: me hubiese gustado ser una de esas personas. Seguimos creciendo, evolucionando y, aunque con los años la euforia de casi todos los referentes iniciales va menguando un poco, nunca dejamos de recibir con entusiasmo sus libros. Reseñarlos suponía un placer añadido, casi necesario. Nos alegró el Príncipe de Asturias de las letras (como nos alegraría, años más tarde, el que le otorgaron a su mujer, la excepcional Siri Hustvedt) y continuamos leyéndole. Así, hasta la última novela, publicada hace un par de meses. Y ahora, tras abrir el periódico, Paul Auster. Vuelve aquella imagen, la de nuestra juventud, y cuánta tristeza de repente

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