jueves, 1 de noviembre de 2018

La vida, a trozos

Qué extraña es esa sensación de regresar después de mucho tiempo a uno de esos locales donde pasaste muchas horas de tu juventud. Las luces, las botellas, las latas de conserva, la barra y el piano en aquella esquina. Todo está en el mismo sitio, colocado de la misma manera. Algunas caras de entonces que, como la tuya, evidencian el paso del tiempo. Y de pronto, como si asistieses a una representación teatral, a una retrospectiva de tu propia vida, puedes verlo todo claramente: las charlas con aquellas amigas, los encuentros iniciales con tu primera pareja, las ilusiones, el entusiasmo, la camiseta que estrenaste la Nochevieja del 2003, la gorra que perdiste en una de aquellas noches, la borrachera de aquel día que empezasteis a beber champán a las doce de la mañana porque una amiga quería olvidar a no sé qué imbécil, los apuntes que anotaste en algún cuaderno que quizá esté aún en casa de tus padres... La vida, a trozos, reflejada en un espejo (el local está lleno de ellos), que ahora casi parece la vida de otro. Con arrugas, con canas, con cicatrices, pero sin demasiada nostalgia. Sin miedo. O mejor dicho: con otros miedos. Desafiando, como siempre, cualquier atisbo de inestabilidad. Aguardando. 

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