Éramos jóvenes, inquietos y teníamos las cosas claras. Nos gustaba salir a charlar, a tomar copas y a bailar cuando la noche de esta ciudad aún no había entrado en esta larga decadencia. Cuando la crisis sólo era el título de una canción del primer disco de Dinarama. Mucha gente pensaba que éramos novios. ¡Qué tontería! Sólo queríamos divertirnos, y os juro que lo conseguíamos, con novios o sin ellos. Los novios, los importantes, vendrían después. Llegaron y se quedaron, cuando llegó el momento. Y ahí siguen, a nuestro lado.
Mañana, ella, Araceli y Carlos, su marido, nos invitan a comer en Mieres (seguimos con las celebraciones). Hace tiempo que no voy y estoy un poco nervioso. Siempre me pongo nervioso cuando voy allí. La infancia, los abuelos, los olores, los recuerdos, las calles, los colores, el paisaje... La sonrisa de la abuela y aquel niño agarrado de la mano de su madre por los alrededores del mercado. En fin, todo ese contraste de emociones.
Sé que en el coche, de camino, pensaré en todo ello. Y luego, sentado en una terraza, Rioja en mano, también lo haré. Sé que la vida pasa muy rápido, y con ella, a modo de férreo equipaje, esa nostalgia que no hace otra cosa que devolvernos nuestros propios reflejos y anhelos.
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