Parece que en el verano no pasan cosas. Mentira, claro. En los veranos, con crisis o sin ellas, con dinero o sin él, siempre pasan cosas, muchas cosas. A todos los niveles. A nivel general y a nivel particular. El verano de los primeros amores, de los primeros descubrimientos (la obra de Esther Tusquets, tan importante, estaba en aquellos primeros descubrimientos), de los primeros viajes. También los veranos que vendrían después. Los otros amores, los otros descubrimientos, los otros viajes. El verano que estamos viviendo ahora. El más importante, desde luego, porque estamos aquí y ahora. Y eso es, indiscutiblemente, lo primero que cuenta. Pase después lo que pase, que quién sabe lo que pasará... Y pese a todo lo que está ocurriendo y que se escapa de nuestras manos y hasta de nuestra comprensión. No debemos dejarnos vencer por el desánimo. Hay que repetirse esa frase a menudo. Muy a menudo. Cada momento de este verano, qué duda cabe, será irrepetible. Se escapará, como el propio tiempo, veloz, dejando un rastro agridulce o pletórico o melancólico o irremediablemente triste. O todo ello a la vez. Antes de que llegue septiembre y los días se acorten y regrese el frío y sabe dios qué cosas más. Todo eso aparecerá antes de lo que imaginamos. Eso es lo único seguro. Pienso en todo esto al regresar de Vigo y encontrarme en esta ciudad, la nuestra, con más locales cerrados, con más amigos que se están quedando sin trabajo. No debemos dejarnos vencer por el desánimo. Hay que repetirlo, aunque a veces, de tanto hacerlo sin que ocurra nada fructífero, ya empecemos a desfallecer. Lo normal. Allí, en Vigo, lo que más nos sorprendió, aparte de la belleza de sus playas y sus paisajes, fue lo vacío que estaba todo. Las terrazas, al caer la tarde, después de la playa, estaban prácticamente desiertas. Apenas unas pocas personas tomando una caña para refrescarse del calor, de la piel tostada y ardiente después del sol. Supongo que es el miedo lo que nos paraliza. ¡El miedo a sentarnos en una terraza y pagar una caña o dos! A estos niveles estamos llegando todos, parados y no parados. Días después, en Llanes, según nos contaron algunas amigas que viven y trabajan allí, las cosas están muy parecidas. De lunes a viernes, todo está arrasado (y el fin de semana, las cosas no mejoran demasiado), lo que hace unos pocos años era totalmente impensable. Así que no sé yo lo que recaudará el gobierno, como era su intención, subiendo el precio de todas las cosas, ahogándonos de esta manera a los de siempre. Mucho me temo que el efecto será más bien el contrario al pretendido. Por no hablar (que no me quiero deprimir tan temprano ya) del mundo de la cultura. No debemos dejarnos vencer por el desánimo. Hay que repetirlo, sí. Quedarnos con lo que nos va quedando y nos ayuda a combatir todos los miedos, incluidos los que aparecen a la hora de sentarse a una terraza y disfrutar de una caña. Esas risas compartidas, esa serie de gran calidad que has encontrado a un precio bastante rebajado, ese libro que está a punto de llegar de la editorial para que lo reseñes, ese programa de radio que ayer presentó magníficamente Elvira Lindo en Radio 3 (se puede recuperar en la web) y cuyas músicas te reconciliaron con la armonía y con el recuerdo que estaba asociado a ellas de aquellos otros veranos sin los que no hubiese sido posible este. El que ahora estamos viviendo. Lo que venga después, ya se verá. Esto, hoy, es lo quiero pensar.
Hace algunos años, Ana Belén; entrevistada por Julia Otero, dijo: "Cualquier tiempo pasado siempre fue peor". Esa frase rs con la que yo me levanto cada mañana, para no desfallecer.
ResponderEliminarMe alegra que hayas vuelto y me reconfora ver que tu escritura sigue con su habitual músculo y vigor, pese a estos sofocantes calores, alegrandonos unas veces y hurgando en nuestras conciencias otras.
ResponderEliminarMuchas gracias