Que la vida no es fácil ya lo sabemos. Nada fácil. Es cierto que unas veces resulta más fácil que otras, pero, en general, las dificultades (en todo) ganan a la sencillez, a lo menos complicado. Voy pensando en esto por la calle, a primera hora de la mañana, mientras camino a buen paso. Voy pensando en esto con la novela que terminé de leer antes de dormirme aún pululando por la cabeza. "24 horas de un periodista desesperado", de Pablo Vilaboy. Los avatares de un periodista que se dedica a la cultura y los espectáculos, los marrones que hay (o no, según el grado de dignidad de cada cual) que tragarse, las zancadillas que hay que esquivar. Todo eso está ahí, en la novela. Es la parte crítica y mordaz, donde podemos descubrir el lado menos amable de esa profesión y de algunos nombres que todos tenemos en la cabeza. Y que aparecen junto a otros nombres, los de esos mitos que llevamos admirando toda la vida y que Luis, el protagonista de esta narración, tiene ocasión de encontrarse. Me viene a la cabeza la imagen que narra el periodista de la gran Nati Mistral, convertida en toda una Margo Channing, llamando puta a su perrita, Doña Sol, en el camerino del teatro Alcázar, como si estuviese recitando al mismísimo Lorca. Quienes vimos a Nati en escena en varias ocasiones no nos resulta difícil imaginárnosla. Ni ese otro momento, en uno de sus conciertos en Madrid, en el que Liza Minnelli, entre bambalinas, le pide un cigarrillo al protagonista, y éste, en apenas unas pocas y certeras palabras, describe la fragilidad del mito. Junto a estos momentos, estupendamente entrelazados, aparecen historias conmovedoras de su familia y de esa relación de amor que está y no está. Hay tramos hermosos en esa historia de amor (¿o desamor?) que está y no está y que es la base de la novela, su hilo conductor. El protagonista se pasa esas veinticuatro horas pendiente de ese móvil que suena y que no suena como estaba Carmen Maura en la piel de Pepa Marcos en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" esperando la llamada de Iván (Fernando Guillén). Ay, el amor, el amor... Acaso como único aliado ya contra todo este sinsentido que nos toca vivir, contra todo este absurdo. Voy pensando en ello, sí, mientras el recuerdo de esta novela inteligente e irónica, crítica y tierna, y el de sus protagonistas aún están dentro de mi cabeza. Como también están las canciones insertadas en el texto y que, aparte de las referencias, sirven, como también sucede en las películas del propio Almodóvar, para explicar comportamientos y sensaciones de los personajes, de ese personaje central, Luis, al que le asustaba dormirse cuando era pequeño sin saber que esos miedos, los mayores, que hacen su aparición antes de que cerremos los ojos en la noche estaban aún por venir.
Pues no, vivir, no es nada fácil. ¿Quién dijo que lo fuera? Hace mucho años, tomando un café con porras y fumando un cigarrillo, ambas cosas junto a Paco Rabal (vivió largo tiempo en mi barrio), me dijo, con aquella voz suya, tan grave: lo mejor de los mitos es que también vamos al cuarto de baño, y lo peor que cuando estamos verdaderamente jodidos, sólo aquellos que nos quieren de verdad, están dispuestos a tomarnos de la mano. En aquel momento, aquello me hizo mucha gracia, después, con el tiempo y algún que otro desengaño personal, he comprendido lo que me quiso decir. Por tanto, sí, mi querido Ovidio, el amor por encima de todo.
ResponderEliminarFácil, nada lo es en esta vida.Ni amar, ni ser amado.Ni recitar en un teatro o escribir en un periódico.No es fácil encarar la vida cuando llega enrevesada, ni cuando llegan los remansos de paz en este río incesante(todo se complica,se ramifica,se embarulla).Pero sí, el amor es un buen motorcito para deslizarse con mayor facilidad en las aguas bravas,calmas,sucias o prístinas que nos regala la vida en el curso que nos toque en cada momento del existir.
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