Treinta años. Han pasado treinta años. Mi hermana y yo estábamos en mi habitación escuchando los Oscar por la Cadena Ser. La pantalla de la tele aparecía con múltiples rayas. O sea, no se veía nada. Nada de nada. La televisión pública, a tomar vientos. Quién sabe las razones. Nosotros, mi hermana y yo, éramos los perjudicados. Sobre todo, yo, que siempre fui el más cinéfilo, fanático o como queráis llamarlo. Jessica Lange, diosa máxima entonces y ahora, rayas y más rayas, ganaba el premio a la mejor actriz por 'Blue Sky', película que vería semanas más tarde en los cines Hollywood de Gijón con mi amigo Chus, sesión nocturna. ¿Dónde están los cines Hollywood? Desaparecidos. ¿Dónde está mi amigo Chus? Quién sabe. ¿Dónde está Jessica Lange? Cumpliendo los mismos años que hubiese cumplido mi madre este año, cosecha del 49, como suele decirse. Setenta y seis años. También como Sigourney Weaver. Todo ese recorrido. Chus, Jessica, Sigourney, mamá. Esta noche, quién sabe las razones (las sé, qué demonios), las recuerdo. Chus, Jessica, Sigourney, mamá. Las rayas de aquella tele. El premio en las manos de la gran actriz. Lo que aprendí de mi amigo. Lo que añoro a mi madre. Todo aquel tiempo. Todo este tiempo. Treinta años. Se dice pronto. Se dice.
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